Relato lineal y conciso, El crimen del conde Neville entretiene y poco más. Tiene poca construcción de los personajes y un desarrollo brusco de la trama con un final abrupto, lo que lo torna una aceptable lectura liviana.
Por fuera de ello, destaca la evidente (y por momentos burda) crítica a la aristocracia como tal, crítica que resulta potenciada por el hecho de que la historia se desarrolla en el año 2014.
El principal sustento de estas 4 estrellas no viene dado por la historia que narra Favier en Italpark -que no deja de ser buena- sino por la originalidad de su método, el collage, y su más que destacable ejecución. Organizados en (falsa) clave documental, los testimonios de distintos actores van conformando una obra en donde el Italpark es el factor común, aunque no excluyente. Cada una de estas voces está muy bien lograda, a punto tal que uno llega a preguntarse por la veracidad de los testimonios.
A partir de este collage, Favier logra retratar fragmentos de la realidad argentina de fines de los 80's. Los distintos grupos sociales, las dificultades económicas, las costumbres de la juventud, todos descubiertos con el Italpark como escenario, principal en algunos casos y tangencial en otros.
Además de testimonios, se incluyen también detalles de objetos perdidos, fragmentos de libros de quejas y registros de fallas en las atracciones que, en conjunto con el coleccionismo del protagonista, aparecen como una elegante contribución al collage y una efectiva evocación nostálgica.
Auster simplemente no se hace entender en Fantasmas. Durante todo el texto -quiero creer- existe un mensaje subrepticio que el autor no se esfuerza en esbozar al lector. No hay pistas, no hay señales al lector, simplemente hechos que, quizás, en la mente de Auster tengan algún sentido más allá de su literalidad.
Lo único rescatable, como siempre en Auster, es su capacidad de mantener atrapado al lector en clave “¿qué pasará ahora?”, cualidad que en definitiva posee cualquier best seller.
Había leído Ciudad de cristal en mi adolescencia y me debía una re-lectura. El resultado: de unas amarretas 2 estrellas, pasé a unas algo generosas 4 estrellas (a decir verdad, serían unas 3,5).
No descubro nada al remarcar que Auster tiene una gran capacidad de sumergir al lector en sus historias y que posee una particular facilidad para transmitir el clima neoyorquino. La trama atrapa desde la primera página, la narración fluye y resulta en ello destacable la capacidad de Auster de crear climas de misterio haciendo uso de un lenguaje llano y descriptivo.
La transición del Quinn inicial -un sujeto solitario, tendiente a racionalizarlo todo, apático a la manera houellebecquiana- al Quinn arrastrado a la locura por su extremo compromiso con su labor de (falso) detective me parece muy bien trabajada por Auster.
Sin embargo, Auster siembra su relato de interrogantes que nunca obtienen respuesta (ni siquiera tangencial) y de pistas cuya utilidad termina siendo nula. En esa sintonía, el final, si bien rodeado de un misterio que abre la puerta a distintas interpretaciones, adolece quizás del defecto de ser “demasiado” abierto e impreciso. Resta corroborar si estas impresiones cambian con la lectura del resto de la trilogía, Fantasmas y La habitación cerrada.
No mires abajo adolece de un grave problema: el primero de sus cuentos, La escalera vertical resulta abrumadoramente superior al resto. Tras leer ese relato tan bien escrito, con descripciones tan detalladas como efectivas a la hora de transmitir las sensaciones, percepciones y variaciones en el ánimo del niño protagonista, uno espera encontrar relatos de un valor literario similar en los siguientes cuentos.
Sin embargo, ello no sucede. Algunos cuentos están plagados de detalladas descripciones que, más que contribuir al relato, lo obstaculizan (Una habitación pequeña). Otros carecen de un cierre que esté a la altura de las insinuaciones de su propia trama (La sábana larga). Y otros resultan simplemente chatos (Punto de saturación).
Me permito igualmente destacar las ansias de experimentación del autor, con escenas originales, acaso cinematografiables, como el cuento que relata los breves instantes de la caída de una pared, La pared. Y cabe destacar también la historia de un asesino serial que se topa con una víctima que no responde a lo esperable y que, en cambio, lo recibe con afecto.
En resumen, un cuento simplemente genial, algunos interesantes y muchos olvidables.
Marcada por un ritmo frenético y un relato visceral, la historia tiene más tintes irreales de lo deseable en un género que apela a la más cruda de las realidades.
A lo largo del relato, de lectura fácil y atrapante, Kowski hace un repaso por los más oscuros tabúes (incesto y pedofilia, por ejemplo). Definitivamente, no es para cualquiera y puede llegar a horrorizar a más de un lector.
El final tampoco se condice con lo esperable del género.
En definitiva, lo más interesante parece ser la propia reacción del lector al ser expuesto a escenas explícitas que se meten de lleno en tabúes profundos de la sociedad occidental.
Vera Giaconi logra exponer en Seres queridos el lado “B” de las relaciones entre personas cercanas. Aborda con un realismo brutal las relaciones de familia, laborales, de amistad e incluso la relación médico-paciente. Giaconi toma cada una de estas relaciones y las escudriña, exponiendo sus partes ocultas, sus verdades indecibles. De este modo, lleva al lector a preguntarse por la relación entre sentimientos puros como el amor, la admiración o el deseo y los silenciosos celos, la envidia y el egoísmo ¿Están tan lejos unos de los otros? ¿Los unos excluyen a los otros?
Destacan Survivor, excelente puerta de entrada a esta serie de cuentos; la crudeza de Dumas, muy efectiva a la hora de transmitir un sentimiento tan lejano para el lector joven como el amor de un abuelo por su nieta, siendo a su vez la muestra más descarnada del egoísmo como correlato del amor; Tasador con su efectiva descripción de la repulsión; y el último, Reunión, único en el cual lo fantástico hace su aparición.
La evaluación de Payasadas no puede dejar de hacerse en clave comparativa respecto al resto del universo literario Vonnegutniano. Y es en esa comparación en la que esta novela sale perdiendo porque, sin dejar de ser una obra interesante, no está a la altura de Madre noche, Cuna de gato o Desayuno de campeones.
Una de las características más destacables de Vonnegut es su notable capacidad de construcción de personajes, algo que aparece en Payasadas en una forma muy atenuada. Y el absurdo que puebla sus obras resulta, en esta ocasión, algo tosco y no tan efectivo a la hora de exponer los demonios subyacentes de la sociedad moderna.
A favor, el componente autobiográfico, aunque quizás ello sólo sea de interés para aquellos Vonnegutnianos.
La falta de finales contundentes de los cuentos de este libro intenta ser paliada con la generación de un clima que, con su tendencia al detalle y a explicarlo todo, Enriquez rara vez logra crear.
Las contextos elegidos por Enriquez para sus historias resultan, para el lector nacional, trillados y plagados de lugares comunes.
Tengo una predilección por este libro que merece ser reseñada.
Leí Historias de los señores Moc y Poc en el colegio, en séptimo grado del primario, a mis 12 años. Recuerdo que me causó muchísimo impacto y creo no equivocarme al hallar en esta lectura el inicio de mi inquietud literaria.
Hasta entonces, los libros me parecían aburridos, salvo algunas escasas excepciones. Me chocaba sobretodo ese uso del lenguaje exclusivamente literario, ajeno al lenguaje cotidiano, que a esa edad se constituía como una barrera difícil de franquear. También me incomodaba el aura de solemnidad que rodeaba a la lectura, reservada a los grandes temas universales.
Historias de los señores Moc y Poc rompió con todos mis preconceptos. No hay aquí un lenguaje ‘literario', por el contrario, hay una burla y una crítica al lenguaje mismo. No hay estructuras predispuestas, hay espontaneidad e interacciones que pueden seguir casi cualquier dirección. Y lo mejor, hay mucho humor basado en el absurdo, alejado de la solemnidad de los grandes clásicos escolares.
En definitiva, me pareció una obra que atacaba todo aquello que me separaba de los libros en mi pre adolescencia, y me abrió la puerta a la lectura.