La evaluación de Payasadas no puede dejar de hacerse en clave comparativa respecto al resto del universo literario Vonnegutniano. Y es en esa comparación en la que esta novela sale perdiendo porque, sin dejar de ser una obra interesante, no está a la altura de Madre noche, Cuna de gato o Desayuno de campeones.
Una de las características más destacables de Vonnegut es su notable capacidad de construcción de personajes, algo que aparece en Payasadas en una forma muy atenuada. Y el absurdo que puebla sus obras resulta, en esta ocasión, algo tosco y no tan efectivo a la hora de exponer los demonios subyacentes de la sociedad moderna.
A favor, el componente autobiográfico, aunque quizás ello sólo sea de interés para aquellos Vonnegutnianos.
Vera Giaconi logra exponer en Seres queridos el lado “B” de las relaciones entre personas cercanas. Aborda con un realismo brutal las relaciones de familia, laborales, de amistad e incluso la relación médico-paciente. Giaconi toma cada una de estas relaciones y las escudriña, exponiendo sus partes ocultas, sus verdades indecibles. De este modo, lleva al lector a preguntarse por la relación entre sentimientos puros como el amor, la admiración o el deseo y los silenciosos celos, la envidia y el egoísmo ¿Están tan lejos unos de los otros? ¿Los unos excluyen a los otros?
Destacan Survivor, excelente puerta de entrada a esta serie de cuentos; la crudeza de Dumas, muy efectiva a la hora de transmitir un sentimiento tan lejano para el lector joven como el amor de un abuelo por su nieta, siendo a su vez la muestra más descarnada del egoísmo como correlato del amor; Tasador con su efectiva descripción de la repulsión; y el último, Reunión, único en el cual lo fantástico hace su aparición.
Interesante compilación de cuentos de Kafka. Destaca, sin dudas, El artista del hambre, que hace foco sobre el artista y su relación con la mirada del otro y sobre los distintos significados que una acción ¿artística? pueden tener para el artista y para el espectador.
Marcada por un ritmo frenético y un relato visceral, la historia tiene más tintes irreales de lo deseable en un género que apela a la más cruda de las realidades.
A lo largo del relato, de lectura fácil y atrapante, Kowski hace un repaso por los más oscuros tabúes (incesto y pedofilia, por ejemplo). Definitivamente, no es para cualquiera y puede llegar a horrorizar a más de un lector.
El final tampoco se condice con lo esperable del género.
En definitiva, lo más interesante parece ser la propia reacción del lector al ser expuesto a escenas explícitas que se meten de lleno en tabúes profundos de la sociedad occidental.
No mires abajo adolece de un grave problema: el primero de sus cuentos, La escalera vertical resulta abrumadoramente superior al resto. Tras leer ese relato tan bien escrito, con descripciones tan detalladas como efectivas a la hora de transmitir las sensaciones, percepciones y variaciones en el ánimo del niño protagonista, uno espera encontrar relatos de un valor literario similar en los siguientes cuentos.
Sin embargo, ello no sucede. Algunos cuentos están plagados de detalladas descripciones que, más que contribuir al relato, lo obstaculizan (Una habitación pequeña). Otros carecen de un cierre que esté a la altura de las insinuaciones de su propia trama (La sábana larga). Y otros resultan simplemente chatos (Punto de saturación).
Me permito igualmente destacar las ansias de experimentación del autor, con escenas originales, acaso cinematografiables, como el cuento que relata los breves instantes de la caída de una pared, La pared. Y cabe destacar también la historia de un asesino serial que se topa con una víctima que no responde a lo esperable y que, en cambio, lo recibe con afecto.
En resumen, un cuento simplemente genial, algunos interesantes y muchos olvidables.
Había leído Ciudad de cristal en mi adolescencia y me debía una re-lectura. El resultado: de unas amarretas 2 estrellas, pasé a unas algo generosas 4 estrellas (a decir verdad, serían unas 3,5).
No descubro nada al remarcar que Auster tiene una gran capacidad de sumergir al lector en sus historias y que posee una particular facilidad para transmitir el clima neoyorquino. La trama atrapa desde la primera página, la narración fluye y resulta en ello destacable la capacidad de Auster de crear climas de misterio haciendo uso de un lenguaje llano y descriptivo.
La transición del Quinn inicial -un sujeto solitario, tendiente a racionalizarlo todo, apático a la manera houellebecquiana- al Quinn arrastrado a la locura por su extremo compromiso con su labor de (falso) detective me parece muy bien trabajada por Auster.
Sin embargo, Auster siembra su relato de interrogantes que nunca obtienen respuesta (ni siquiera tangencial) y de pistas cuya utilidad termina siendo nula. En esa sintonía, el final, si bien rodeado de un misterio que abre la puerta a distintas interpretaciones, adolece quizás del defecto de ser “demasiado” abierto e impreciso. Resta corroborar si estas impresiones cambian con la lectura del resto de la trilogía, Fantasmas y La habitación cerrada.
Auster simplemente no se hace entender en Fantasmas. Durante todo el texto -quiero creer- existe un mensaje subrepticio que el autor no se esfuerza en esbozar al lector. No hay pistas, no hay señales al lector, simplemente hechos que, quizás, en la mente de Auster tengan algún sentido más allá de su literalidad.
Lo único rescatable, como siempre en Auster, es su capacidad de mantener atrapado al lector en clave “¿qué pasará ahora?”, cualidad que en definitiva posee cualquier best seller.
El principal sustento de estas 4 estrellas no viene dado por la historia que narra Favier en Italpark -que no deja de ser buena- sino por la originalidad de su método, el collage, y su más que destacable ejecución. Organizados en (falsa) clave documental, los testimonios de distintos actores van conformando una obra en donde el Italpark es el factor común, aunque no excluyente. Cada una de estas voces está muy bien lograda, a punto tal que uno llega a preguntarse por la veracidad de los testimonios.
A partir de este collage, Favier logra retratar fragmentos de la realidad argentina de fines de los 80's. Los distintos grupos sociales, las dificultades económicas, las costumbres de la juventud, todos descubiertos con el Italpark como escenario, principal en algunos casos y tangencial en otros.
Además de testimonios, se incluyen también detalles de objetos perdidos, fragmentos de libros de quejas y registros de fallas en las atracciones que, en conjunto con el coleccionismo del protagonista, aparecen como una elegante contribución al collage y una efectiva evocación nostálgica.
Relato lineal y conciso, El crimen del conde Neville entretiene y poco más. Tiene poca construcción de los personajes y un desarrollo brusco de la trama con un final abrupto, lo que lo torna una aceptable lectura liviana.
Por fuera de ello, destaca la evidente (y por momentos burda) crítica a la aristocracia como tal, crítica que resulta potenciada por el hecho de que la historia se desarrolla en el año 2014.
Excelente. Fresán toca puntos neurálgicos de la historia argentina en una aproximación que rebosa originalidad y audacia. Por momentos caricaturezco, por momentos crudo, con interesantes cambios en el punto de vista del narrador, Fresán ilustra a partir de lo grotesco.
Los permanentes cruces entre las diversas historias, amén de ser un divertido guiño al lector, permiten trazar líneas de continuidad que dan aún más solidez al libro y lo acercan mucho a la novela.
Buenos cuentos, ninguno malo pero tampoco ninguno que deja marca. Destacan el último, Mensajes guardados, con una buena exposición de la superposición del rol de hija de duelo y madre, y Kokkola, que explora las formas particulares que puede llegar a adoptar la relación madre-hijo.
Un aspecto que puede llegar a resultar algo monótono es la pertenencia de todos los personajes de los cuentos a una clase media más o menos acomodada, con presencia de “hippies con OSDE”, un abogado con crisis vocacional o la dueña de un departamento alquilado.
Creo ver en esta obra de Barba una especie de reproducción del estilo ‘garcíamarquezco', especialmente por el protagonismo que tiene la selva, el pueblo y el clima, que son factores que dotan de una impronta muy particular a la historia.
Sin embargo, queda la sensación de que Barba sienta muy bien las bases para un realismo mágico que termina apareciendo en forma muy atenuada. Creo que el desenlace de la historia pedía un poco más de este recurso.
Por último, el recurso de la metáfora se torna algo repetitivo, aún cuando algunas de ellas son merecedoras de subrayado.
Obra surrealista y audaz de Aira, acercándose y alejándose continuamente del relato convencional en un vaivén que al principio sorprende pero se torna algo previsible.
El desarrollo de los motivos del olvido, la sucesión y la interrupción aparecen, intermitentes, y atraviesan esta simpática obra.
En Medio sol amarillo, Chimamanda Ngozi demuestra ser una novelista con muchísimo oficio. Si bien algo larga, Ngozi estructura su novela a partir de dos líneas invisibles que se van juntando y separando, que se cruzan y corren paralelas, aplicando un timming preciso: el contexto histórico (la guerra civil nigeriana) y las historias personales de los protagonistas.
En una hábil elección, la historia nos es narrada a partir de distintos personajes de diversos orígenes y estratos sociales: un criado (Ugwu), un intelectual (Odenigbo), dos hermanas gemelas de clase alta (Olanna y Kainene) y un extranjero blanco (Richard). Es a partir de esta diversidad de puntos de vista que Ngozi consigue transmitir un panorama muy abarcativo de lo que era la realidad nigeriana antes de la guerra civil y cómo se vio afectada por la guerra civil.
Ngozi abre su obra haciendo familiarizar al lector con estos personajes, sumergiéndolo en sus vidas antes del comienzo de esta cruda guerra. Aprovecha además para exponer y visibilizar la existencia de una clase media, de intelectuales, de vidas “normales” para los parámetros de Occidente, rasgos a menudo ignorados por las miradas occidentales de África.
Una vez que engancha al lector con las historias de estos personajes, entra en juego la historia, la guerra. Y a partir de allí, el libro es arrollador y cuesta soltarlo.
Ngozi no despliega una pluma fina porque no lo necesita: los hechos y su forma de narrarlos no requieren ornamentos, aunque ciertos pasajes de lirismo son bienvenidos.
Es una novela muy trabajada, y eso se nota. 5 estrellas merecidas.
"Por supuesto hay muchas muertes a lo largo de una vida. La mayoría de las personas no se dan cuenta. Creen que se mueren una vez y ya. Pero basta con poner un poco de atención para darse cuenta de que uno va y se muere a cada rato. No es un modo poético de hablar. No estoy diciendo que el alma esto y el alma aquello, sino que un día uno cruza una calle y lo arrolla un carro; otro día se queda dormido en la tina y hasta ahí quedó y otro, rueda por las escaleras de su edificio y se parte la cabeza. La mayoría de las muertes no importan: la película sigue corriendo. Nomás que ahí es cuando todo da un giro, aunque sea imperceptible y los resultados no sean siempre inmediatos"
Los ingrávidos es una historia de la desaparición paulatina, diaria, en cuotas. No todos los días se ven, escritos en papel, ideas o pensamientos que uno alberga sin materializar. Luiselli lo hizo.
Es una novela fragmentaria con distintas voces, con distintos tiempos y espacios, pero que sin embargo fluye, se hace entender. De pluma concisa, Luiselli llega hábilmente al lector en fragmentos que parecen, cada uno de ellos, razonados y pensados hasta el mínimo detalle.
Amé a Capote en A sangre fría, pero esta obra simplemente no me llegó. La serie de anécdotas/cuentos con la que abre el libro son intrascendentes.
El relato de una serie de asesinatos en “Ataúdes tallados a mano”, que para muchos es lo mejor del libro, amaga con ser algo realmente bueno y parece luego estancarse sin llegar a redondear un buen final.
La serie final de retratos parece ser lo más rescatable, aunque dejan un poco de sabor a nada. Sólo destaca “Un día de trabajo”, que narra como Capote acompaña a su mucama durante una jornada de trabajo, de casa en casa.
Y la auto-entrevista final resulta interesante únicamente desde el punto de vista de lo que revela el autor sobre sí mismo.
Atrapa desde un principio esta pequeña novela que, personalmente, leí como una obra de teatro. Consistente en un largo diálogo, la historia tiene dos vuelcos que sacuden al lector, aunque la segunda vuelta de tuerca parece algo previsible.
Los que hayan leído Sonata a Kreutzer de Tolstoi encontrarán difícil evitar trazar paralelismos entre ambas obras, aunque Nothomb elige un estilo más directo y llano o, simplemente, más moderno.
Agradable lectura de una sentada.
Oscuridad, oscuridad y más oscuridad. McEwan se adentra en varios de estos cuentos en la perversión y la anormalidad e intenta desentrañar su intrincado entramado psicológico.
Sorprende la comidad que exhibe el autor para desenvolverse en el formato cuento, sobre todo porque es esta su primera obra publicada y, de allí en más, las novelas fueron la regla en su bibliografía.
Sin dudas habrá más lecturas de McEwan para mí proximamente.
El caso es muy interesante y plantea serios desafíos a la psicología y al derecho. Mérito del autor haber advertido estos aspectos que tornan al asesinato de 4 taxistas en Buenos Aires un caso merecedor de una obra literaria.
Sin embargo Busqued parece haberse conformado con poco. Falta literatura, falta crónica, falta contexto. Las entrevistas son muy buenas, la selección de extractos parece haber sido cuidada y selectiva, pero ahí se agota la cuestión.
El paralelismo con El adversario es inevitable. Y creo que allí Carrere despliega muchos más recursos, que bien podrían haber sido aprovechados por Busqued.
Los cuerpos del verano es una distopía argentina, y esto no es un dato menor. Si bien la relativización de la muerte -y su consecuente mercantilización llevada al extremo- parecen tener un alcance global, la historia está claramente ambientada en Argentina, con personajes argentinos y, lo más importante, con una mirada argentina que no se limita al mero uso del castellano “argentino” como lenguaje, sino a un Argentine way de ver las cosas y de actuar en consecuencia.
El planteo es original -publicado antes de la aparición de Black Mirror-, pero más original aún me parecieron las formas y los modos en los que los personajes hacen frente a la realidad que los confronta; las nuevas costumbres y códigos sociales que el nuevo contexto generó en la sociedad toda.
Y, como toda buena distopía, la obra obliga al lector a hipotetizar y a plantearse qué haría él en un contexto como el planteado.
En Suicidio, Levé desarrolla un profundo planteo existencialista. A través de la evocación de su amigo (o de su propia vida), el narrador (o Levé) contrapone con mucha lucidez y talento un cúmulo cuantioso de subjetividades a un hecho objetivo e incontrastable: la muerte. Tal compleja y única subjetividad -un cúmulo de gustos, temores, ideas, distracciones, anécdotas, experiencias- es acabada, en un segundo, por una muerte elegida y planificada. ¿Qué queda de todo ello?
El hecho de que Levé haya entregado el manuscrito 10 días antes de su propio suicidio agrega color y hace sospechar de que, en definitiva, el “amigo” del narrador es el propio Levé. Sin embargo, la obra no necesita de este agregado para sobresalir.
Hace mucho que no subrayaba tanto un libro.
El libro comienza con uno de los dos fragmentos de esta obra que todo aquel que la lea guardará en su memoria, diría yo, indefectiblemente. Las 10 o 15 páginas iniciales están destinadas a una brillante descripción de aquella sensación de extrañeza y desorientación que sentimos a veces cuando recién nos despertamos. Aquel proceso, que no suele dudar más de unos pocos segundos, es desmenuzado por Proust con gran lucidez, en lo que en mi opinión constituye uno de los mejores comienzos de obra.
El otro fragmento, conocido como “la magdalena de Proust” describe con la misma destreza el proceso mediante el cual el sabor de una magdalena resulta en la evocación de un recuerdo de la niñez del protagonista.
Personalmente, lo que más me atrapó de esta obra es justamente esa capacidad de Proust de poner en palabras aquellas sensaciones que resultan casi indescriptibles. En Combray (primera parte del libro) destaca la habilidad del autor para salirse del molde tradicional y enhebrar una historia compuesta no por una sucesión cronológica ordenada de hechos, sino por la conexión de los hechos a base de percepciones, lugares, pensamientos, que van dando lugar a nuevas evocaciones. La subjetividad al mando.
No es una obra fácil, pero no porque su sintaxis o su vocabulario sean complejos, ni tampoco lo son los hechos narrados, sino porque se trata de una obra de un estilo muy distinto al contemporáneo, donde la profusión no se penaba. El autor no ahorra en descripciones, muy por el contrario, convierte -sobre todo en C0mbray- al paisaje en un factor fundamental de la historia. La segunda parte de este primer tomo, Un amor de Swann, puede pecar de algo repetitiva, aunque la genialidad con la cual Proust narra la evolución de los sentimientos de Swann valen la pena.
Cuando un personaje es capaz de producirnos exasperación e incomodidad, estamos sin dudas ante una gran obra. La inseguridad, la paranoia y la indecisión permanente que aquejan al Señor Goliadkin, excelentemente retratadas por Dostoyevski, se tornan palpables para el lector.
El hecho de que la historia sea contada desde la perspectiva de este enfermizo protagonista hace caer un manto de dudas acerca de su veracidad objetiva. No se nos narra la “realidad”, sino una realidad subjetiva. Si nos atenemos a la literalidad de lo narrado, estamos frente a una historia de un doppelganger maligno, que llega a la vida del protagonista para hacerle la vida imposible y empujarlo a la locura.
Sin embargo, la narración está plagada de situaciones que nos invitan a dudar. En ese sentido, me recordó a la película El Aura, de Bielinsky. El doble del Sr. Goliadkin es, casualmente, su opuesto: extrovertido, seguro de sí mismo, encantador e inmediatamente aceptado por la sociedad. Su maldad, en principio solapada, luego se hace evidente incluso a ojos de terceros, que parecen ser cómplices de un plan colectivo contra el inocente protagonista.
La pregunta comienza a gestarse y para el final de la obra, queda instalada ¿Y si el aparente doppelganger es en realidad fruto de la imaginación esquizofrénica del Sr. Goliadkin? No hallaremos la respuesta, pero en su formulación misma está el talento.
Una excelente obra.
Brillante Sartre. Puede que su vuelo literario en esta obra no sea de los más elevados que haya leído, pero siembra muy bien, a través de las historias de cada personaje, diversos cuestionamientos que se relacionan con su filosofía existencialista, con la temática de la libertad como telón de fondo aglutinante.
Cabe destacar, en tiempos donde la literatura parece estar orientándose a echar luz sobre los excluidos del sistema y sobre las minorías de todo tipo, que el centro de esta obra -y por lo que he leído, de buena parte de la obra de Sartre- es el hombre pequeño burgués. Por ende, mal que me pese -vos también, anónimo lector, seguro seas un pequeño burgués-, son planteos que resultan familiares, que “llegan” y que invitan a la introspección porque en definitiva atañen al hombre moderno que emergió de la posguerra, es decir, a vos y a mi. Sin embargo, la advertencia es válida porque hoy alguien podría acusar a esta obra de centrarse en “first world problems”.
Los personajes están excelentemente construidos, cada uno con sus particularidades que los tornan genuinamente distinguibles y verosímiles, sin caer en el cliché: un profesor de filosofía que duda del principio mismo sobre el que ha conducido sus 33 años de vida; un hombre con tendencias suicidas en proceso de aceptar su homosexualidad; un estudiante universitario cleptómano; una cantante avejentada enamorada de un joven; una estudiante universitaria con claros signos de anti-socialidad.
Lectura necesaria. Sin dudas iré por los otros dos.
Este librito es una transcripción casi literal de una conferencia que dio Sartre en 1945, cuyo objeto principal era defender al existencialismo de las críticas que recibía del marxismo y de los católicos.
Según la introducción, Sartre se arrepintió de su publicación, porque finalmente fue tomada como lectura suficiente para reemplazar a las más de 800 páginas de El ser y la nada.
Es un buen resumen, bien intensivo, de los postulados principales del existencialismo. Una lectura muy útil para acompañar las lecturas de la ficción de Sartre, y seguramente insuficiente si se quiere estudiar su filosofía en profundidad.