Me pareció un librito genial, que recomendaría a quien esté interesado en adentrarse en el mundo romano y no sepa por dónde empezar.
El libro es cortísimo, 115 páginas. Por supuesto, con esa extensión, no se puede pretender mucho detalle ni una extensiva referencia biográfica de cada gobernante. El simple hecho de que personajes como Cicerón, César o Nerón ocupen sólo unas escuetas carillas del texto habla de lo concisa que es esta breve historia de Roma.
Sin embargo, hay un gran mérito en Grimal: no es fácil condensar tantos desarrollos históricos en 115 páginas sin dejar cabos sueltos o marear al lector. El autor elige muy bien qué contar y cómo hacerlo, plasmando en definitiva los puntos esenciales de la evolución de Roma, a través de los cuales se logra entender los motivos que la llevaron de ser gobernada por reyes a ser gobernada por emperadores, República de por medio. El estilo de Grimal es muy bueno, atrapa, es difícil soltar el libro, como si se tratase de un thriller.
Me gustó, aunque no está a la altura de Bestiario o Final del juego. Siendo pocos los cuentos que componen esta obra, va una breve review de cada uno:
-Cartas de mamá me pareció excelente. Se palpa el estupor del protagonista cuando lee aquel nombre tácitamente recluido en el silencio y se termina de consolidar a partir de allí una presencia alimentada a base de culpa, ausencias y silencios delatores. Es un cuento muy cortazariano, que quizás podría haber tenido un final mas pulido.
-Los buenos servicios es quizás el primer cuento de Cortázar que me parece decididamente malo. Falta justamente ese componente solapadamente oscuro que no necesita de lo explícito. Todo está dicho, todo está narrado y nada parece esconderse atrás. Lo sentí como correr una cortina jugando a las escondidas y no encontrar a nadie.
-Las babas del diablo es un buen cuento, original. Me recordó un poco a Dorian Gray porque se trastocan los límites entre imagen y realidad. Me pareció muy bueno el cierre, la mirada eternamente limitada a un único plano.
-El perseguidor era a priori el plato fuerte. Me gustó mucho aunque sin llegar a verlo como EL cuento de Cortázar. Me pareció genial cómo el cuento presenta la fachada de estar centrado en la vida de Johnny pero lo jugoso termina estando en el escritor-biógrafo y su relación con Johnny. Es muy buena esa oscilación de sentimientos que va experimentando y que finalmente se zanja en un cierre que me pareció fantásticamente sutil.
-Las armas secretas es directamente hollywoodense. Una película donde se va generando lentamente el terror allí donde se suponía sólo habitaba lo cotidiano, una burda relación amorosa, hasta llegar a un desenlace digno de las mejores películas de suspenso. El diálogo final me pareció podría haber aportado algo más (o algo menos).
El Ministerio del Dolor se centra en la migración forzada de los ciudadanos de una Yugoslavia en plena desintegración. Si bien me encontré con conceptos muy interesantes, creo que el componente ficcional falla: el regodeo de la protagonista en su propio dolor de exiliada puede pasar por excesiva victimización, a la vez que parece asignar a su rol de profesora de una materia de literatura eslava un papel exagerado. A la trama le falta también algo de solidez, creo que falla la autora en dotar a los estudiantes de una identidad propia, ni siquiera en el caso de Igor, de quien poco se sabe y cuya participación en la trama -sin spoilers- carece de contexto.
Como dije, el lector sí se encuentra con muchas reflexiones muy lúcidas tanto sobre la emigración forzada como sobre el lenguaje:
“Me cago yo, con perdón compañera, en una lengua en la que se dice ‘el niño me duerme como si lo hubieran degollado'. En los otros idiomas del mundo se dice que los niños ‘duermen como ángeles'”
“¿Y si el regreso era, en efecto, la muerte, simbólica o real, quedarse era la derrota y sólo el instante de la partida era la única libertad real que nos había sido dada?”
En su breve ensayo “El escritor argentino y la tradición” Borges confiesa que “Durante muchos años, en libros ahora felizmente olvidados, traté de redactar el sabor, la esencia de los barrios extremos de Buenos Aires; naturalmente abundé en palabras locales, no prescindí de palabras como cuchilleros, milongas, tapia, y otras, y escribí así aquellos olvidables y olvidados libros”. Agrega luego que recién cuando abandonó su infructuosa búsqueda de “encontrar ese sabor” pudo finalmente producir un texto que reflejaba cabalmente la imagen de las afueras de Buenos Aires, sin recurrir a ese léxico del cual la oralidad es tan celosa.
Podría decirse entonces, si de un diario amarillista se tratase, que Fogwill tiene éxito allí donde Borges fracasó. Es que en esta obra Fogwill reproduce con una naturalidad pasmosa las voces de varios personajes pertenecientes a distintas esferas de la sociedad argentina de los 90s. La verosimilitud lograda en una novela de tanto diálogo es aún más valiosa, porque Fogwill no esconde a sus personajes: por el contrario, los expone a puro diálogo y desarrolla la trama a través de lo que tienen para decir y pensar, casi sin recurrir a la narración.
A través de estas voces Fogwill retrata esa década de los 90s tan subrepresentada en la literatura argentina, esa época de champagne para unos pocos y desocupación y marginalidad para unos cuantos, con abundancia de vivos, delincuencia, drogas y negociados.
Lamentablemente esta destreza en la construcción de voces no viene acompañada de una trama interesante. En Vivir afuera no pasa mucho. Pareciera que Fogwill se conforma con presentar a los personajes, sus problemas y sus situaciones, pero a los personajes les pasa poco y nada. De hecho la totalidad de la obra se desarrolla en el espacio de unas pocas horas.
Fogwill pone el ojo -con mucho talento- allí donde muchos otros no, y eso es valioso de por sí.
El libro de las ilusiones es un libro sobre los duelos y las distintas formas de sobrellevarlos. En definitiva, la trama es una sucesión de las consecuencias de cómo cada personaje convive y supera (o no) su propio duelo. Los personajes, todos ellos oscuros y con cicatrices provocadas por sus pasados, se relacionan entre sí justamente a través de sus propios duelos, de las formas en que las marcas de sus pasados se manifiestan en su presente.
El mayor valor de la obra es que sumerge al lector en esta trama tan particular, sombría y por momentos delirante. Uno se ve inmerso en este mundo de sujetos oscuros, de dolor y de traumas. Es de esos libros que, al terminar, lo dejan a uno embebido en ese microclima tan particular que el autor logra crear.
Auster no despliega aquí una literatura de alto vuelo y por momentos da la impresión de que se excede en tramos que no aportan a la trama ni tampoco a la construcción de los personajes.
Con todo, el libro atrapa y amerita una lectura.
Una novela (muy) corta que, más que novela, parece una pintura: como los trazos de un pintor, los hechos son narrados y expuestos a la vista del lector, a la espera de su interpretación. Es una obra que sólo se completa con la mirada de quien lee y que se presta a diversas y variadas interpretaciones.
A veces lo que atrae al observador de una pintura es el misterio per se, el entrever que detrás de la imagen percibida hay algo, algo a lo que quizás jamás pueda acceder. Para algún lector, esta obra puede dar lugar a una apreciación similar: se trata de una novela que claramente esconde algo, pero cuyo atractivo está más en el despliegue del misterio que en aquello que se esconde detrás, si es que acaso existe y fue pensado.
Se disfruta cuando temas tan complejos son abordados con el profesionalismo y la claridad de Guerriero.
Se explora en este libro una arista más de Malvinas, esa herida que sigue abierta en los 46 millones de corazones argentinos. La identificación de los caídos, como todo lo relacionado con la guerra, no está exenta de política, especulaciones y una vergonzosa (in)acción estatal.
Por momentos desgarrador, es admirable la manera en la que Guerriero teje a partir de relatos de los propios protagonistas y, sumando esas voces, nos presenta una historia relatada.
“La familia Folch supo del fin de la guerra por televisión, y del regreso de los soldados porque se corrió la voz.- Dijeron que volvía ese regimiento -dice Carmen-. Asique llamé a Ana y le dije ‘ya están acá.'- Fuimos mi marido, mis hijos, mi papá, mi mamá -dice Ana-. Íbamos haciendo planes para hacer un asado. Llegamos. Empezamos a preguntar por mi hermano. Gritábamos ‘¡Folch! ¡Folch!' Pero no nos decían nada. Hasta que se acercó un mayor y dijo: ‘No lo busque. Él murió en Malvinas'”
Niall Ferguson se esfuerza demasiado por aportar una visión reveladora y original sobre uno de los temas más abordados por la historiografía contemporánea.
De todas las premisas que plantea Ferguson, quizás la más interesante sea la idea de que las guerras del siglo XX acaban con un Occidente perdedor frente a un Oriente que comenzó el siglo sometido a un Occidente colonizador y lo terminó independiente y en crecimiento económico.
Si el periodismo gonzo es poner el cuerpo, en Sexografías Wiener despliega el gonzo más puro que he leído hasta el momento. Sucede que la autora pone en sus crónicas no sólo el cuerpo, sino también el alma. Exhibe sus temores, sus prejuicios, sufrimientos y deseos inconfesables mientras experimenta en primera persona aquello sobre lo que escribe. El texto entonces gana muchísimo en verosimiltud, porque el lector no percibe a una cronista escribiendo desde la cumbre de la liberalidad, sino a una persona, con sus sensaciones, con su cuerpo, con sus temores.
Para traernos las crónicas de Sexografías, Wiener tiene sexo con un actor porno, va a un club swinger con su marido, se deja azotar en una sesión pública de BDSM, toma ayahuasca, pasea por una cárcel, dona óvulos y es webcamer por un día. Gonzo al 1000%.
Las historias me suscitaron un interés dispar. Algunas, como la de la familia poligámica, la de Nacho Vidal o la del bar Bagdad, me dejaron con la boca abierta. Otras, como la historia de la travesti peruana en París o la de los cerdos, me parecieron más rayanas al cliché. La historia sobre swingers con la que cierra el libro me pareció la mejor por ese producto tan objetivo que la autora logra extraer de una experiencia tan subjetiva.
En todas las crónicas hay una excelente pluma de una autora que es a la vez parte y observadora de lo que cuenta.
Un lindo libro sobre el mate, que lo aborda en forma integral y que formula tesis originales e interesantes sobre un ícono indiscutible de la cultura argentina.
Por un lado, Cáceres hace lo que promete al inicio del libro: desmenuza el ritual del mate, sus componentes y utensillos, su significado personal-individual y social. Pero pareciera que, a pesar de intentarlo, la autora no puede contener su propio ímpetu y va más allá de un mero elogio onanista del mate e indaga en su historia, su uso como parte de la construcción de la nación argentina y los cambios en la reputación de su consumo a través de la -corta- historia nacional.
Me pareció muy interesante el planteo de la autora respecto a lo que califica como apropiación del mate -originalmente guaraní y de la zona que hoy es la mesopotamia argentina- por parte de la pampa húmeda (incluyendo obviamente a Buenos Aires). Esa asociación automática del mate con el gaucho, la pampa y las vacas fue, sino forzada, cuanto menos impulsada por la necesidad de homogeneizar una nación en plena construcción.
Igual de interesante me pareció la revisión de ciertos mitos basales de la imagen actual del mate, en particular aquel que reza que el mate no conoce de distinciones de clases sociales.
En definitiva, Al borde de la boca es un excelente complemento entre una especie de lúcida introspección -porque el mate en definitiva es parte de cada argentino- y repaso histórico del mate. Me dejó la sensación de que cada tema podría tener un desarrollo muchísimo más extenso. Celebro igualmente la existencia de este lindo librito.
Tres cuentos espirituales parece una reivindicación de la narración, del acto mismo de narrar. Son tres cuentos narrados con un apuro por momentos frenético y con un estilo que se asemeja muchísimo a la oralidad. Pero, extrañamente, en ese frenesí narrativo no hay desorden: por el contrario, hay una cuidadísima elección de formas y palabras.
En el prólogo, Katchadjian alude a una frase que suprimió -pero que, en definitiva, no suprimió- de Alain Badiou, que habla de “una infernal agitación inmóvil”. Y en ese mismo prólogo, el autor refiere (o polemiza mejor dicho) que estos cuentos “van de afuera hacia adentro”. Esas son las dos claves de lecturas que, con mucha claridad, nos aporta el propio autor.
Efectivamente en los tres cuentos hay un accionar, un movimiento constante e intenso que se contrapone a una búsqueda interna, a una problematización de la propia identidad, que permanece y atraviesa todas esas peripecias. En ese sentido, es cierto también parece haber un viraje desde el afuera -las acciones narradas, puras y duras- hacia una introspección que va surgiendo sobre la marcha cada vez con mayor intensidad.
Interesante ejercicio literario.
El libro está estructurado en dos partes muy distintas entre sí.
La primera, “Volverse palestina”, es una crónica del viaje de la autora a Palestina, el país de sus padres y abuelos. La crónica es muy interesante porque, en forma simultánea, aborda dos cuestiones: por un lado, la cuestión de Israel y Palestina desde el terreno, sus vivencias, reacciones y sentimientos; y por el otro su historia familiar, que reconstruye en la medida de lo posible.
Pero lo que me pareció más interesante es que toda la crónica está atravesada por el rol de la nacionalidad en la propia identidad. ¿Es Meruane, que nació y se crió en Chile y no habla una palabra de árabe, palestina? ¿Su viaje a Palestina es el regreso de una palestina o la visita de una extranjera? ¿Qué implica ser palestina? ¿Qué obligaciones conlleva? Esas preguntas parece hacérselas la propia autora mientras va experimentando lo que significa ser palestino en Israel. Y son justamente estas experiencias, la mirada reacia y desonfiada del otro-israelí las que parecen ir empujando a Meruane a una identificación con su sangre palestina.
La segunda parte, “Volvernos otros”, está escrita un año después y no se trata de una crónica sino de reflexiones de Meruane sobre el conflicto entre Israel y Palestina, revisitando su viaje y sus propios textos. La autora toma al lenguaje como eje de análisis bajo la premisa de que, por más que medien enormes esfuerzos por barnizarlo de objetivo y neutral, su uso es siempre no-inocente (amo sus términos-separados-por-guiones). Meruane se esfuerza por ejemplo en desenmascarar trampas retóricas de quienes, según su parecer, buscan una paz-victoria-para-Israel, aunque es también autocrítica y revisa su propio léxico utilizado.
La primera parte se siente muy personal, fluye, invita a saber más. La segunda es más académica, quizás menos original y un poco más trillada. Pero el resultado es una obra original que suma (y no resta, lo que no es poco) a un conflicto que parece no querer acabar.
La premisa es simple, directa y expuesta en los términos más llanos posibles.
“Haz lo que yo digo y no lo que yo hago” clama el saber popular, haciendo suya una aparente frase de Séneca. Chang se empeña en demostrar, con mucha claridad y poder de síntesis, cómo los países hoy desarrollados instigan (digamos) a los aún-no-desarrollados a adoptar vías que ellos mismos evitaron para desarrollarse.
Por supuesto que mucho de lo que plantea Chang es debatible -no tanto la premisa básica como sus alcances, sobre todo en materia de instituciones- pero el mayor valor de este libro está justamente en abrir el debate, en invitar a una revisión de la historia oficial y a repensar qué hay detrás de la ruta hoy por hoy fijada para los países en desarrollo por las potencias y las instituciones internacionales.
Este libro desborda porteñidad. A través de breves artículos recopilados en estas aguafuertes, Artl escudriña la realidad y la idiosincracia de una Buenos Aires que se adentraba en la década infame. En ellos, Arlt exhibe varios estereotipos de los personajes que poblaban Buenos Aires en aquella época, muchos de los cuales hoy, casi 90 años después, continúan existiendo con pequeñas variaciones. Y, lo que es más importante, Artl despliega una mirada de las cosas con un cinismo muy típico del porteño, con una mirada aguda, crítica y descarnada.
Son muy interesantes los artículos sobre el lenguaje, en particular “El idioma de los argentinos” donde Arlt defiende al castellano, al lunfardo y a la producción literaria de quienes, como él, escriben como se habla. En referencia a los escritores que optan por la corrección gramatical, Arlt dirá que:
No los lee ni la familia (...) Son señores de cuello palomita, voz gruesa, que esgrimen la gramática como un bastón y su erudición como un escudo contra las bellezas que adornan la tierra.
No conozco un solo hombre feliz que lea. Y tengo amigos de todas las edades. Todos los individuos de existencia más o menos complicada que he conocido habían leído. Leído, desgraciadamente, mucho (...) Si la gente lee, es porque espera encontrar la verdad en los libros. Y lo más que puede encontrarse en un libro es la verdad del autor, no la verdad de todos los hombres. Y esa verdad es relativa... esa verdad es tan chiquita... que es necesario leer muchos libros para aprender a despreciarlos.
De Rusia se habla con tanta más facilidad cuanto más abstracto es el sentido que se confiere a su nombre. "Rusia busca el camino", "Rusia dice ¡no!", "Rusia se inclina hacia la derecha", etc. En un grado de generalización tan alto, un gran número de problemas empieza a perder sentido, dejar de contar, desaparece. La macroescala ideológico-estatal aparta a un lado, incluso anula, la cotidiana, difícil y dura microescala
En este párrafo que es parte del capítulo de cierre del libro, Kapuściński aporta la clave de lectura para su propia obra. A los abundantes análisis sobre la URSS, su política, su historia y los acontecimientos que configuraron su existencia, el autor les contrapone crudos relatos sobre la vida real de quienes vivían en la URSS. En cierta forma, da voz a aquellos contenidos en una categoría tan inmensa como lo era la de “soviéticos” (muchísimo mas amplia que la denominación “rusos”).
Y para ello, el autor no sólo visita las metrópolis Moscú y San Petesburgo sino que, en dos momentos históricos bien distintos en lo que a vigencia del régimen se refiere (los 60's y el período 1989-1991), Kapuściński se adentra en la URSS profunda: Ucrania, Bielorrusia, Siberia, el cáucaso (Armenia, Georgia y Azerbaiyán) y la Asia soviética (los “istanes”). Es decir, Kapuściński se embarra las manos, los pies y pone el cuerpo para contar, con testimonios de primera mano y el suyo propio, sobre la vida diaria de los soviéticos: sus carencias, preocupaciones, sufrimientos y pensamientos. Se esfuerza también en visibilizar la represión del régimen soviético, los campos de trabajo forzoso y la hambruna de Ucrania.
Un libro realmente recomendable para cualquiera interesado en historia y/o en crónicas de viajes.
Todavía recuerdo el impacto que me causó años atrás la noticia de un asesinato. El asesino, aficionado a prácticas satanistas, había desollado a su víctima y se había envuelto en su piel. La policía lo encontró dormido, exhausto, envuelto en la piel de la víctima y bañado en esa sangre ajena. Si bien no había dicho una palabra desde su arresto, se difundió la versión de que, a través de esa peculiar práctica, el asesino buscaba absorber la esencia de la víctima, ser su víctima, que era un miembro de su misma secta y de quien se evaluaba la posibilidad de que haya consentido el asesinato.
Leer a Knausgard me trajo ese recuerdo, creo que debido a que -salvando las obvias distancias- quien lee Mi lucha se debe sentir un poco como ese asesino, envuelto en cientos de páginas de la humanidad del autor, de su ser. Sabiendo que se trata ni más ni menos que de la historia de su propia vida relatada con fuerte apego a la verdad -según entrevistas del propio Karl Ove-, con el correr de las páginas uno va entrando en su vida, en su forma de pensar y de sentir. Uno comienza a ver la vida (su vida) a través de sus ojos. El lector entra en el mundo Knausgard, se va envolviendo en su ser, en su mundo, con esos paisajes y ciudades nórdicas como telón de fondo. La experiencia es totalmente inmersiva y ello, ya de por sí, dota a la obra de un carácter muy especial.
La fluidez y efectividad de su estilo narrativo arrastra al lector como un río caudaloso a un caminante desprevenido. La sustancia no está en lo narrado, que en gran proporción podría entrar en el terreno de lo meramente anecdótico, sino en el efecto que esa concatenación de pequeñas narraciones va creando. Es ese estilo narrativo el atractivo distintivo de Knausgard. Por eso creo -habiendo leído sólo el primero- que podría escribir 2, 8 o 20 libros de esta serie, y el efecto y la calidad serían los mismos.
Sin embargo, nada de todo lo expuesto sería posible sin una total apertura del autor, que se entrega sin restricciones a la obra. Ello sin dudas dota al texto de una verosimilitud difícil de conseguir. Knausgard no tiene inconvenientes en hurgar en las profundidades de su persona y exponer pensamientos, recuerdos y reflexiones que en muchos casos son vergonzantes, humillantes o censurables por la moralina contemporánea.
Antes de empezar a leerlo, me preguntaba por qué una obra en la que el autor narra su propia vida es considerada como (buena) narrativa y no como autobiografía. En las primeras 100 páginas ya había hallado la respuesta. En definitiva, puede que se trate de lo mismo –alguien contando su propia vida- pero la forma en la que lo hace Knausgard es definitivamente distintiva. La elección de lo que cuenta y cómo lo hace, su combinación con reflexiones (muchas de las cuales me han encantado) y el cuidado (des)orden en el que narra sin duda marcan la diferencia.
Definitivamente, lectura recomendable a todo lector.
"Mi energía es generada por el movimiento: el vaivén de los autobuses, el traqueteo de los trenes, el rugido de los motores de avión, el balanceo de los ferrys"
Existe un delay en la literatura en el abordaje de algunos temas de actualidad. Quizás se deba a alguna sospecha de cierto oportunismo que acompaña a cada libro que se refiera a temáticas contemporáneas, pero lo cierto es que no es frecuente que autores laureados -en este caso una Nobel- aborden temáticas como esta. Se me ocurre como ejemplo el caso de Kentukis, de Schweblin, que pone el ojo en el nexo entre las relaciones humanas y la tecnología sin ampararse en la distopía.
Tokarczuk se adentra en Los errantes el fenómeno del viaje en su concepción moderna, algo que, por fuera de la típica crónica de viaje, me parece un tema que ofrece mucho y que la literatura ha explorado muy poco. La autora indaga en los motivos y los fines del viajar, en su significado, a la vez que explora el desarrollo del viaje en sí, la espera, esa especie de viaje en el tiempo que constituye el volar, el jet lag, los hoteles, los aeropuertos, los mapas, las guías turísticas.
“Estuvimos allí (...) ¿Qué significa estuvimos? ¿A dónde han ido a parar esas dos semanas en Francia que hoy se pueden resumir en un par de recuerdos?”
“Los pueblos sedentarios, agrarios, prefieren los placeres del tiempo circular, en que todo suceso vuelve necesariamente a su inicio, un retorno en bucle al embrión para repetir el proceso de crecimiento y muerte. En cambio, los nómadas, los mercaderes, al emprender viaje, se vieron obligados a inventar otro tipo de tiempo, más acorde con el hecho de viajar. Es un tiempo lineal, más útil, porque permite medir el proceso de ir acercándose al destino y llevar la cuenta del beneficio. Cada momento es diferente y nunca se repetirá, por lo que anima a correr riesgos y tomarlo todo en manos llenas, a no desperdiciar ningún instante. Pero, en el fondo, fue un descubrimiento amargo: cuando el cambio en el tiempo es irreversible, la pérdida y el duelo se convierten en algo cotidiano”
Hace mucho no leía algo tan corto y a la vez tan pero tan bueno. Assembly es un slap in the face. Es también un retrato de época, que no se agota -ni por asomo- en la cuestión racial.
Desde su lugar de mujer inglesa afrodescendiente, la protagonista (cualquier similitud con Brown ¿es pura coincidencia?) cuestiona el lugar que le toca ocupar en la sociedad británica. Al hacerlo, acaba por controvertir buena parte de los principios de la sociedad moderna contemporánea y sus vicios: el éxito como un fin en sí mismo; la misoginia; el racismo; la desigualdad de oportunidades. Con muchos guiños de época y con un estilo de envidiable síntesis, es inevitable que los planteos de la protagonista no le hablen -en mayor o menor medida- al lector.
Miren sino:
Dread. Every day is an opportunity to fuck up. Every decision, every meeting, every report. There's no success, only the temporary aversion of failure. Dread. From the buzz and jingle of my alarm until I finally get back to sleep. Dread.
Es lo primero que leo de Guerriero. Llegaba con altas expectativas y me llevo un sabor agridulce de esta lectura.
El abordaje de Guerriero no es policial y esto es importante destacarlo, porque no deben ser pocos los lectores que acuden al libro pensando en que la autora se abocará a la resolución de un misterio irresuelto, concluyendo con una inédita verdad revelada. En efecto, Guerriero intenta resaltar de principio a fin los motivos sociales, culturales y políticos que generaron el caldo de cultivo ideal para estos suicidios. De esta forma, por momentos parece como si se conformara con sólo rascar la superficie de cada uno de los casos individuales: una entrevista con algún familiar, un recorte periodístico y ya. No hay una investigación exhaustiva, no hay teorías falseadas o confirmadas, ni se soslayan verdades ocultas.
De manera que un libro que parece tratarse de una serie de suicidios termina utilizándolos principalmente como disparador de lo que, con el correr de las páginas, se impone como el verdadero objeto de la crónica: el pequeño pueblo petrolero de Las Heras, hundido en el interior del interior. Y esa tarea Guerriero la hace muy bien. Se palpa el aislamiento (simbólico y práctico, a todo nivel) de este pueblo que nadie siente propio pero en el que todos viven su vida y se logra así una acabada percepción de lo que significa ser un joven de Las Heras.
A fin de cuentas, me dejó una sensación de sobrevuelo, me pareció que cada historia daba para más. A la vez, la caracterización de Las Heras es buena e interesante de por sí.
Dice Piglia en sus clases que la producción literaria de Borges luego de quedarse ciego ya no tiene el mismo nivel, básicamente debido al forzado cambio de método de la escritura al dictado. No me animaría a sostener que en El informe de Brodie hay una merma en su calidad literaria, pero sí se hace evidente un cambio de estilo. Hay un Borges mucho más oral, con un estilo más directo y diría hasta más llano. Curiosamente, en el prólogo dice que “cumplidos los setenta, creo haber encontrado mi voz”. Me parecieron cuentos mucho más narrativos donde se cuentan historias, abandonando recursos tan borgeanos como la falsa reseña literaria o la multiplicidad de notas al pie.
Es un libro donde el duelo, que siempre ocupó un espacio en la literatura de Borges, se hace con el rol principal. Hay un componente de violencia muy marcado que tiene su pico máximo en “El otro duelo” con una carrera de degollados; hay un duelo donde son las cosas las que riñen (el componente fantástico de “El encuentro” me pareció novedoso, con su sentencia de que “Las cosas duran más que la gente”); y hay también un duelo aristocrático en “El duelo”, que sin dudas retrotraerá el lector a “Los teólogos” de El Aleph.
Pero aparece también un Borges abordando temas históricos y políticos de la Argentina en forma más explícita que nunca, tal es el caso de “La señora mayor” y “Guayaquil”.
La intertextualidad entre “Hombre de la esquina rosada” (1927) e “Historia de Rosendo Juárez” (1970) es excepcional; “Juan Muraña” me llevó sin escalas a “La puerta condenada” de Cortázar. “El evangelio según Marcos” me pareció conceptualmente magnífico pero quizás fue excesivamente directo su planteamiento y resolución. El cierre con “El informe de Brodie” parece aludir a toda la barbarie desparramada en los cuentos previos.
La premisa despertó mi curiosidad: una serie de ensayos cortos escritos por académicas mujeres sobre Maradona, cuya figura hoy parecería encontrar su más férrea resistencia en algunos sectores feministas argentinos -además de en las clases medias/altas moralistas-. Sin embargo esa tensión con el feminismo, que en su versión argentina abraza también lo popular, no es abordada en forma explícita en ninguno de los textos.
Al margen de esta cuestión puntual, me pareció un libro interesante que explota esa paradoja según la cual Maradona es la persona más públicamente expuesta de la historia argentina, pero sobre quien faltan análisis (sobre todo de su implicancia social) que vayan más allá de la charla de café, el panel de televisión o la sobremesa de un asado. Es por ello que parte de lo que se dice se siente como poner negro sobre blanco conceptos que ya pertenecen al dominio público maradoneano, aunque hay también varios elementos y análisis novedosos e interesantes.
Todos los textos parten de una posición tomada: la mayoría de las autoras reconoce explícitamente su condición de maradoneanas. Eso asegura por un lado la ausencia de posiciones cargadas de moralina tilinga (que parten de la funesta máxima “me gusta el Maradona futbolista pero no el Maradona persona”), pero a costa de reducir la variedad de puntos de partida. Lo considero un precio justo.
Destaco el texto “Prometeo (des)encadenado”, quizás el más literario, que se nota fue escrito con la pasión del amor y en el cual se despliega un más que interesante paralelismo entre el mito de Prometeo y la vida del Diez. El repaso de la vida del Diego y su reflejo mediático de “Juramos con gloria” es muy emocionante. El análisis en “El armado de un nombre” de cómo Maradona forma ese “otro” al hablar en tercera persona es muy bueno también.
Algunos extractos interesantes:
“Diego, como Nietzsche, como Discépolo, como Van Gogh, ‘conjuga su existencia solo en el presente, sin mediaciones, sin ninguna red de contención: el mundo entero se despliega cada vez sobre su cuerpo, la cicatriz ajena y la propia, todo a la vez'. Para Diego el presente es insoportable, es urgente, es malestar que deviene invención”“Lo que él encarnó, frente a la mirada de los que creen, es una potencia que permitió (y permite) cambiar la distribución del poder y generar una ruptura con lo que se establecía como norma. Una fuerza que excede los parámetros de la lógica, pero con un fuerte anclaje en la realidad palpable. Habilitó una ‘confianza superadora de ciertos límites'”
“Uno puede pensar que la propuesta de vivir en el ritmo y no en el sentido corresponde a la intuición de una libertad extrema. De la libertad desconocida. Y que eso implica una gran subversión y una suspensión en el vacío. Y que así Diego parece Dios” (Hermoso párrafo final del libro).
PD: El arte de tapa es sencillamente espectacular, con el rostro de un Diego joven con un cuerpo formado por los rostros de “Manifestación” de Berni.
Hermanos de alma es una gran voz. Es la voz de Alfa Ndiaye, es su visión ante una realidad que lo abruma y lo excede, en su rol de soldado de una guerra ajena.
Es muy personal la prosa de Diop, muy verosímil. Traspasa al papel de una forma muy hábil el habla tosca con la que los africanos suelen hacer suyos los idiomas europeos -a pesar de que se supone que Ndiaye habla en su lengua nativa-. En ese léxico a veces limitado, van surgiendo pensamientos, culpas, remordimientos y temores, ideas, y formas de ver el mundo. Pero además, en el marco de esa mirada tan personal, Diop logra hilvanar una historia interesante, donde van sucediendo cosas. Es decir que logra desplegar una más que interesante subjetividad y ponerla en movimiento, todo ello en 120 páginas.
La obra contiene diversas opciones de análisis, desde cuestiones tan humanas como el sexo, la violencia y las relaciones personales hasta cuestiones histórico-políticas como el colonialismo. Basta siquiera con preguntarse por qué un senegalés está peleando una guerra para Francia contra tropas alemanas. Sin embargo, con sólo atenerse a la literalidad de una mirada tan talentosamente desarrollada por Diop, es suficiente.
El final primero me pareció muy bueno. No sé qué habrá querido transmitir el autor, pero en la interpretación que yo le di, me pareció sensacional. Le faltó, quizás, un poco de contexto, algún indicio previo de transición, pero sin dudas cierra el libro de una manera fantástica.
Mi lucha es un fenómeno literario. Es algo distinto, novedoso. Es una bocanada de aire fresco en un momento en el que la mayoría de los escritores contemporáneos, sin importar el género, parecen estar escribiendo el mismo libro. Creo sinceramente que cualquier amante de la literatura debería leer al menos uno de los 6 libros que componen esta obra y juzgar por sí mismo.
Sé que Karl Ove Knausgaard (KOK) es muy discutido, lo cual me parece no sólo razonable, sino también saludable. Su estilo es llano y eso parece molestar a sus críticos. También se ha dicho que Mi lucha consiste básicamente en el autor contando su vida, lo cual es técnicamente cierto. Sucede que al “contar su vida”, KOK adopta una mirada totalmente libre de cualquier tipo de filtro, sobre cuya base desarrolla una introspección oscura y descarnada. De este modo, el relato adquiere una veracidad difícil de lograr en la pura ficción.
Sus relatos de meros hechos y anécdotas (una fiesta de cumpleaños de su hija que ocupa unas 40 páginas, una fiesta de año nuevo otras 30 páginas, etc.) son marinados con los sentimientos y pensamientos que atravesaron al autor en esas situaciones, lo cual torna una simple anécdota en toda una experiencia introspectiva. Muchas veces esas ideas y pensamientos resultan (muy) contrastantes con la corrección política, algo que al autor parece no importarle. Tampoco parece importarle que todo el mundo se entere de sus más bajos y oscuros pensamientos incluso sobre sus propios hijos, familiares, amigos y parejas.
Hay aquí un compromiso total de KON con su obra. Se abre sin filtros, asume riesgos personales y se entrega plenamente. Eso, ya de por sí, es muy valorable.
Las reflexiones teóricas que se entrelazan con el relato son sin dudas otro elemento distintivo que enriquece y distingue a este libro. En ese sentido me recordó a Kundera, aunque este último tiene un estilo más erudito.
Pero al margen de la cuestión técnica, creo que el éxito de Mi lucha radica en que se trata del fruto de una época. Es muy difícil que un lector atraviese su lectura sin sentir un alto grado de identificación con varias de las ideas o sentimientos que plantea el autor y eso nos habla a las claras de que KOK está retratando una época. Ambientada en Noruega y Suecia, si, pero de alcance global, o al menos occidental.
Este volumen particular se centra en dos temas fundamentales: la paternidad y el amor, y en su lucha por seguir con su carrera de escritor en un contexto donde las demandas de lo cotidiano lo agobian. Hay también reflexiones sobre la amistad, el arte, la familia. En definitiva, hay un KOK para cada lector.
Por último, debo decir que Un hombre enamorado me gustó más que La muerte del padre. Creo que hay una evolución en la prosa, que fluye más que en el primer libro y que dota de una naturalidad sorprendente al curso del relato. Va y viene en el tiempo pero ese tránsito es natural, no hay giros forzados ni saltos abruptos.
Pero para qué leerme a mí, si el propio Karl Ove explica casi al final del libro en qué consiste Mi lucha, este híbrido entre ficción y realidad:
“En el transcurso de los últimos años había perdido cada vez más la fe en la literatura. Leía y pensaba que eso había sido inventado por alguien (...). Yo era incapaz de escribir así, no funcionaba, cada frase era respondida con la idea: esto es simplemente algo que acabas de inventar. No tiene ningún valor. Lo inventado no tiene ningún valor, lo documentado no tiene ningún valor. Lo único que para mí seguía teniendo valor y todavía tenía sentido eran los diarios y los ensayos, la parte de la literatura que no es narración, que no se trata de nada, sino que sólo consta de una voz de la propia personalidad, de una vida, un rostro, una mirada con la que uno podía encontrarse. ¿Qué es una obra de arte sino la mirada de otro ser humano? No por encima de nosotros, ni tampoco por debajo de nosotros, sino justo a la altura de nuestra propia mirada.”
Madame Bovary deja marca y ello se debe, principalmente, a Emma. El talento de Flaubert para construir uno de los personajes más complejos que he leído -y que por algo es de los personajes más icónicos de la literatura universal- es envidiable. A través de toda la obra, Emma me ha generado los sentimientos más contradictorios, entre ellos ternura, enojo, compasión, pena y rechazo.
Por supuesto que hoy el argumento suena tan trillado como el de una telenovela de las 3 de la tarde, pero en su momento la novela fue tan polémica que hasta le costó a Flaubert un juicio.
En mi opinión, el aspecto más valioso de la obra lo encuentra el lector al analizar cómo el rol de la mujer, es decir lo que la sociedad dictaba que una mujer debía ser/hacer/pensar, acaba por limitar a Emma en todos sus ámbitos: se encontraba encerrada en su matrimonio cuasi forzado frente al cual la única alternativa posible era el exilio (y bien lejano); sus capacidades económicas propias eran nulas; y sus posibilidades de desarrollo intelectual estaban acotadas al piano y los quehaceres del hogar (en repetidas ocasiones le recomiendan a Charles limitar sus lecturas).
La propia Emma reflexiona sobre esto al explicar por qué prefería un hijo varón:
”Un hombre, por lo menos, es libre; puede recorrer los países, atravesar los obstáculos, probar las dichas más lejanas. Pero a una mujer le está continuamente prohibido todo esto. Inerte e inflexible a la vez, tiene contra ella las morbideces de la carne junto a las dependencias de la ley. Su voluntad palpita a todos los vientos como el velo de su sombrero sujeto por un cordón; siempre hay algún deseo que tira, alguna conveniencia que coarta”
“quería morir, pero también quería vivir en París”