(3,5 estrellas)
Hay muchas y muy variadas distopías, pero todas tienen en común que consisten básicamente en una proyección hacia el futuro desde el presente. En El año del desierto Mairal desafía esta premisa y plantea en cambio una distopía que consiste exactamente en lo contrario, es decir, un regreso hacia el pasado desde el presente.
Ese viaje hacia atrás desde lo contemporáneo está vehiculizado por un elemento claramente simbólico (Sarmiento dixit): la denominada “intemperie”. Si bien nunca es exactamente definida ni sus orígenes son explicados, se conoce que la intemperie es ni más ni menos que el avance del desierto, del campo, sobre la ciudad. A su paso, la intemperie destruye las construcciones humanas (edificios, calles, monumentos, máquinas), dejando todo en un estado rudimentario: allí donde había grandes edificios vuelve a haber establos; allí donde había anchas avenidas hay ahora caminos de tierra a duras penas demarcados.
Pero además, el avance de la intemperie implica una regresión en el tiempo. En un proceso que me pareció incluso lúdico entre lector y autor, Mairal va sembrando el relato de distintos elementos que van conformando esa certidumbre de que estamos yendo hacia atrás. Comienza con limitaciones tecnológicas, reaparición de extintos edificios (como la cárcel de Av. Las Heras), se le suman regresiones sociales (como la limitación del voto femenino), sutiles cambios de nombres en las calles, reaparición de enfermedades erradicadas y finalmente distintos hechos históricos que -algunos más evidentes que otros- terminan por confirmar que las agujas del reloj van hacia la izquierda y no hacia la derecha.
La primera parte del libro me pareció agobiante. La percibí como si el autor quisiese explicitar qué pasaría si la -aparentemente- inagotable capacidad de resiliencia y adaptación de los argentinos finalmente fuera vencida por las circunstancias, quizás la peor pesadilla de cada argentino. Luego cuando la trama comienza a avanzar, me gustaron las alusiones tanto históricas como literarias que va sembrando Mairal. La lectura se convierte en casi un juego detectivesco, donde cualquier alusión contextual se convierte en una potencial referencia histórica. Jugando a este juego, el lector encontrará referencias históricas para constatar cuánto ha retrocedido en el tiempo la protagonista, mientras que alusiones a Emma Zunz o Evelyn de Joyce enriquecen aún más ese contexto.
En líneas generales, me gustó, me pareció original y hasta pasible de convertirse en serie. Mairal siempre destaca la importancia de traer el cuerpo al texto, pero creo que por momentos se excede, redundando en algunos pasajes que pecan de extensos. Recomendable.
Excelente Julio, no podía ser de otra manera. Va un comentario uno por uno:
- En La autopista al sur Cortázar logra escribir un (gran) cuento de algo dificilísimo de narrar. Es muy fácil que algo falle en la narración de una historia como esta, que agote la repetición, que se pierdan las referencias. Pero Julito parece saber a la perfección qué retendrá el lector y que no, qué es necesario repetir y qué no, hasta donde tirar de la cuerda de las enumeraciones. Un verdadero ejercicio literario de la san p*ta.
En cuanto al argumento, me gustó esa distopía parcializada, circunscrita a una autopista, basada en el terror cercano de lo cotidiano. Me hizo acordar a El año del desierto de Mairal, justamente por ese punto de partida identificable y familiar, con la oscuridad a la vuelta de la esquina. El cierre es sencillamente excelente.
- Como nos tiene acostumbrados, Cortázar se adelanta a su época en La salud de los enfermos, una especie de “Goodbye Lenin!” literario. Julito, juega con los puntos de vista y los personajes, logrando a fin de cuentas poner en duda quién está engañando a quién. Me llevó también a Tlön, Uqbar, Orbis Tertius de Borges por esa forma en la que las ficciones creadas por los hombres acaban generando un correlato de realidad.
- Reunión me sorprendió ya desde la cita que antecede al cuento, aumentando la sorpresa con el correr del cuento al darme cuenta quiénes eran Luis y el narrador. Salvo que me falle la memoria, se trata del primer cuento en el que Cortázar aborda de manera tan directa cuestiones políticas y lo hace nada más y nada menos que a través de la Revolución Cubana. El cuento en sí no es de los mejores de Julio, que propone un protagonista acuciado en partes iguales por las urgencias físicas y las formas de procesar internamente lo que significa participar de una revolución armada. Me gustó particularmente el contraste entre la vida ‘normal' que podría estar teniendo el protagonista y las circunstancias extremas de su relato.
- Señorita Cora es más una exhibición de talento que un gran cuento. Lo sentí como si Julito, en vez de jugar en serio a ganar, se hubiese puesto a hacer jueguitos con la pelota, a tirar fantasías sin interesarle mucho patear al arco y meter goles. En este cuento Cortázar juega y experimenta con los narradores y puntos de vista con una habilidad envidiable y talentosa, pero pone esos recursos al servicio de una historia no tan interesante.
- Me gustó mucho La isla al mediodía, una nueva confirmación de que Cortázar fue un adelantado a su época en materia narrativa. Si lo hubiese leído sin saber el autor, sin dudas hubiese creído que se trataba de un cuento contemporáneo.
- Instrucciones para John Howell es quizás el que menos me gustó. Si bien logra Cortázar hacer sentir al lector la ansiedad del protagonista puesto forzosamente en escena, creo que el desenlace es demasiado opaco y abierto para lo que nos tiene acostumbrados.
- El cuento que da nombre al libro es bueno, pero no excelente. Dos triángulos amorosos a siglos de distancia se entrelazan y hallan un desenlace en común. Es interesante el juego de la llamada telefónica y la interferencia, intercalándose así ambas historias.
- En el último cuento, El otro cielo, Cortázar elige una forma intrincada de ilustrar el debate interno de un hombre entre el ser y el deber ser, con saltos temporales y geográficos. Es quizás el menos efectivo de todos los de este libro, lo sentí como si no lograse transmitir enteramente lo que quería transmitir.
Los mejores 3 mejores, en orden, fueron para mi: La autopista al sur, La isla al mediodía y La salud de los enfermos.
Los caminos de la ciencia exacta y del arte -de la literatura en particular- no suelen cruzarse a menudo. En un esfuerzo que no creo vano, Labatut intenta acercar ambas disciplinas. Lo hace contando historias, muy interesantes ellas, de grandes referentes de la ciencia y de grandes descubrimientos científicos.
A través de las narraciones de Labatut, uno comienza a vislumbrar un patrón: grandes genios que llegan a desarrollar grandes ideas pero a un precio alto: jornadas de trabajo sin fin, obsesión, enfermedad, ostracismo, sufrimiento y en algunos casos patologías psiquiátricas. Todo ello en pos de alcanzar el desarrollo de esa idea, para que ese embrión surgido de la curiosidad se transforme en un logro científico inédito en la historia.
Cuando leo algo de ámbitos que me son ajenos, tiendo a comparar con lo que conozco. En mi caso, hacer esta comparación le agregó un enorme valor a la lectura. Y es que resulta muy interesante advertir como el proceso de un descubrimiento científico en poco difiere del proceso creativo de un artista. Pero más interesante aún resultó advertir que, en definitiva, de lo que se trata en ambos ámbitos es de trabajar -casi obsesivamente- en pos de encontrar la creatividad o la inspiración necesarias para llegar a aquel gran descubrimiento o aquella gran obra maestra.
A nivel literario, creo que Labatut se queda corto con el componente ficcional en las dos primeras narraciones, que por suerte no escasea luego en la historia de Schrodinger y Heinsenberg.
La narrativa de Fitzgerald en El gran Gatsby es cinematográfica. Al leer la obra, el lector puede imaginar sin esfuerzo una película que requeriría poco más que la letra del propio libro para su realización, sin alterar el orden ni la sucesión de escenas (No vi aún la de Di Caprio).
La lectura es rápida, amena y entretenida. Los personajes me parecieron algo caricaturescos y lineales, aunque creo que es un recurso del autor para retratar a las clases altas de la época. Sin ser un fan de las descripciones interminables, me quedé con ganas de conocer más detalles sobre la New York de la época, sobre las fiestas de Gatsby, en fin, un contexto mejor presentado.
Siendo sincero, sin la fama que precede al libro y al autor, probablemente me hubiera resultado un libro entretenido y ya. La historia es interesante, el retrato de época está bien logrado, pero no me pareció una obra maestra.
La prosa rioplatense-barroca de Quiroga me resultó atractiva y pintoresca, sobre todo por el léxico referente al campo y lo náutico.
El nivel de los cuentos es muy irregular: algunos me gustaron mucho (La meningitis y su sombra, La muerte de Isolda, La gallina degollada, La miel silvestre), otros me resultaron indiferentes y un par me parecieron directamente malos, como El alambre de púa o Los pescadores de vigas.
Vale la lectura.
Schweblin se aleja en esta obra de su estilo tan particular, de su prosa enigmática. Jamás hubiera adivinado la autora de no saberlo de antemano. Desarrolla aquí una prosa más liviana, casi bestselleriana.
Dicho esto, creo también que el planteo de Kentukis resulta original y aborda una temática actual de escaso desarrollo en la literatura contemporánea. Si bien corporizada a través de muñecos manejados a distancia, la pregunta que atraviesa la obra -y que apunta al núcleo mismo del funcionamiento y la dinámica de las redes sociales (una de las cuales es esta misma)- es ¿por qué nos gusta ser vistos? ¿qué nos lleva a exponer nuestra vida privada en las redes sociales? ¿qué importancia tiene la mirada del otro -un otro anónimo- en nosotros?. Todas estas preguntas tienen también su lado B: ¿por qué nos gusta mirar, husmear en las vidas ajenas? ¿qué goce encontramos en espiar qué hizo Juancito de su fin de semana?
Las historias se entrelazan, algunas son mejores que otras, pero todas buscan aportar a la respuesta de estas preguntas. Schweblin intenta desentrañar estas nuevas costumbres modernas desde distintos enfoques y rangos etarios y su intento no es infructuoso.
Creo que Alicia en el país de las maravillas es uno de esos productos artísticos en los cuales todas sus derivaciones (películas, canciones, ensayos, incluso otras ficciones) aumentan el valor de la obra original que quizás por sí sola no sería lo gigante que es Alicia hoy.
Mucho de lo que hoy implica Alicia es ajeno a la literalidad de la obra y creo que, con los años, las miradas y reinterpretaciones de la obra a la luz de las tendencias de época mantendrán su vigencia, como ha pasado hasta ahora.
Entiendo también que el carácter surrealista de Alicia implicó un elemento distintivo y muy atractivo por cierto, contraponiendo un mundo absurdo a una niña adepta a la literalidad que hace sus primeras armas en la vida en sociedad. Cartas vivientes, animales que hablan no con una ternura de cuento de hadas sino con un cinismo y a veces una descortesía que los torna más reales, ¡qué imaginación la de Carroll!
Hasta leer las últimas 5 páginas, la calificación iba a ser unas merecidas 4 estrellas. Pero el final.. ¡Qué final! Imposible que ese cierre no valga una estrella adicional.
Bazterrica atrapa desde un principio apelando a un lenguaje llano y a un desarrollo lineal de la trama. Con tintes distópicos, la historia es, en definitiva, un llamado a la reflexión sobre el consumo de carne. A través de la historia de Tejo, personaje principal muy bien construido que trabaja en el mercado de la carne, la autora logra reconstruir la génesis, el desarrollo y los alcances de la denominada “Transición”, es decir, el reemplazo del consumo de carne de origen animal por carne de origen humano.
Como toda (buena) distopía, los hechos narrados parecen tan aterradores y lejanos como potencialmente posibles. Bazterrica lee los valores y códigos del consumo de carne en la actualidad y partiendo de esa base nos lleva a preguntarnos ¿Sería tan difícil como suena que suceda una Transición en el mundo real?
Primero debo aclarar que tengo predilección por los libros que exploran y juegan con la relación autor-personajes-lector. El libro es exactamente eso. Esa relación constituye su núcleo, su foco: la trama, lo que “pasa”, es accesorio.
El planteo del libro es directo y explícito. Eso quizás choca en un principio. No es sutil ni busca que el lector se vaya enterando de su rol en forma paulatina sino que, desde la primera página, al lector le es advertido lo que vendrá.
A pesar de ello, el desarrollo de la trama es bueno, con pequeñas vueltas de tuerca mediante. Atrapa, se lee de un tirón y destaca por sus notas de humor.
Promediando el final creí que el autor tendría dificultades para dar un cierre a la altura, pero el final sorprende gratamente, y está teñido de ese humor que atraviesa la obra.
Un libro experimental muy recomendable.
Zambra escribe muy, muy bien. Su prosa tiene una cadencia que atrapa, su forma de narrar es bella.
Dicho esto, en Bonsai parece faltar algo. Hay una historia, hay historias dentro de la historia, pero poco parece pasar. Hay también amagues de profundización -sobre hechos o personajes- que siempre derivan en abruptos cortes.
De todos modos, sin dudas volveré a Zambra porque su pluma es muy interesante y debe haber otra obra en que este potencial esté más desarrollado.
2,5 estrellas
Se me hizo larguísima la lectura. Aunque tiene pasajes buenos, el libro me pareció bastante repetitivo y monotemático. Me pareció que la obra trata básicamente de Ignatius siendo Ignatius, un gordo ermitaño que detesta a las personas y a la sociedad en su conjunto (pero que exige todo de ellas) y que transita la vida guiado por una absoluta falta de empatía.
Si bien la intención del autor es la de recurrir al absurdo a través de personajes hilarantes, su humor me llegó a cuentagotas y se me hizo reiterativo. Lo caricaturezco de los personajes impide su desarrollo, por lo que una vez conocido cada uno de ellos no hacen más que repetirse durante las 400 páginas del libro.
En cuanto al famoso Ignatius Reilly, me generó principalmente -como dicen los yanquis- cringe. Me pareció un pobre tipo que construye una autopercepción de superioridad moral e intelectual como forma de negación de su propio patetismo. Si algún valor encarna el personaje en sí mismo, es justamente el de mostrar hasta qué extremos las personas pueden llegar a elaborar autoficciones para escapar de su propia realidad.
Dicho esto, he de admitir que algunas de sus observaciones me parecieron interesantes y divertidas. Y también es cierto que el personaje de Ignatius es icónico y difícil de olvidar.
Hallé interesante reflexionar cómo encajaría Ignatius en la actualidad, donde los Ignatius del mundo, facilitadas sus capacidades de comunicación y expresión a través de las redes sociales, parecen tener hoy un rol mucho más significativo en la sociedad. Me encantaría algún ejercicio artístico (quizás ya existe) de situar al personaje en un ámbito contemporáneo: ¿sería un troll que despotricaría contra todos y todo en las redes? ¿el líder de alguna agrupación conspiranoica o terraplanista? ¿o quizás candidato a Presidente?
En el prólogo, Osvaldo Bayer pone en palábras una sensación que me acompañó durante toda la lectura de esta obra. Dice que “Operación Masacre es el prólogo de la tragedia que vendrá después. Aramburu y Rojas serán el prólogo de Videla y Massera. Rodolfo Walsh se convertirá de testigo en protagonista. Será asesinado a balazos, como sus personajes de José León Suárez”.
Están tan presentes el aspecto histórico, los riesgos de la investigación y la impotencia ante la impunidad, que el fantástico despliegue talento en un género que acaso nazca con esta obra (el de no-ficción literaria) queda en cierta forma relativizado, en un segundo plano.
La falta de finales contundentes de los cuentos de este libro intenta ser paliada con la generación de un clima que, con su tendencia al detalle y a explicarlo todo, Enriquez rara vez logra crear.
Las contextos elegidos por Enriquez para sus historias resultan, para el lector nacional, trillados y plagados de lugares comunes.
Lo primero que tengo para decir es que la edición de BBC Penguin en inglés que leí es un horror, parece literalmente un texto en Word mal formateado. Los párrafos no están justificados, la letra está en negrita (!) y las imágenes están intercaladas a lo bruto. Ahora la review propiamente dicha:
El libro viene precedido de cierta fama y me pareció estar a la altura. Berger habla desde una posición tomada, con claros elementos de Marx y un sorprendente feminismo para la época, y se centra con particular énfasis en cómo el arte se vio afectado por la irrupción del capitalismo.
El autor considera que el surgimiento y la consolidación de los óleos sobre lienzos como el formato de pintura por excelencia que persiste hasta hoy está intrínsecamente conectado con el capitalismo: su portabilidad la convierte en una mercancía intercambiable, al contrario de lo que sucedía antes de su aparición, cuando se pintaba sobre paredes o techos, sin posibilidad de remoción. En ese marco, Berger se adentra en el significado y la implicancia de las pinturas de objetos, retratos, mujeres, animales, paisajes. En todos los casos, salvando las particularidades de cada uno, el autor cree reconocer un afán de demostración de riqueza y poder, tanto de ricos sobre pobres como de hombres sobre mujeres.
De este modo, la gran parte de las obras del período 1500-1900 carecen en su opinión de un valor artístico elevado, porque se limitaban a satisfacer la demanda de aquellos que sólo querían ostentar sus riquezas. Ello sin embargo nos es ocultado a través de los denominados grandes maestros que hoy son enseñados como los máximos exponentes de sus épocas respectivas. Lejos de cuestionar a estos grandes artistas, Berger sostiene que lo que conocemos hoy como maestros no fueron más que escasas excepciones a su época que, lejos de representar al cánon en el cual se desarrollaro, lo desafiaron con altísimos costos personales. Es decir que la excepción nos es presentada como si fuera la regla, no sólo en términos de destreza artística sino especialmente en lo conceptual.
Creo que lo valioso de este librito es que aporta una mirada totalmente distinta a la de la academia e invita a la consideración de elementos adicionales, tanto históricos como simbólicos. Toda invitación al cuestionamiento es bienvenida, y creo que este libro es básicamente ello.
El nervio óptico explora muy bien el vínculo entre un cuadro y su observador, aborda en forma efectiva las distintas formas en que un cuadro pueden influenciar a las personas, siempre desde una mirada alejada de lo técnico y cercana a la subjetividad.
Todos los cuentos que componen la obra tienen una estructura similar: un cruce entre la historia del autor de una obra determinada y la historia de un observador contemporáneo. Si bien las historias son bien narradas y despiertan un genuino interés en el lector (indispensable tener Google a mano), creo que el nexo entre ambas líneas narrativas en ocasiones no está bien logrado y, a veces, incluso parecen inconexas.
De todas formas, la pluma de Gainza y la originalidad de su enfoque hacen de ésta una lectura que vale la pena.
"Comprendimos desde hace mucho tiempo que ya no era posible subvertir al mundo, ni remodelarlo, ni detener su pobre huida hacia adelante. Sólo había una resistencia posible: no tomarlo en serio"
A quien le guste Kundera le será imposible no leer esta novela corta con un poco de nostalgia, en la que casi con certeza será su última obra.
Publicada a sus 84 años (desconozco si fue escrita antes), no puedo dejar de verla como auto-referencial. Su invitación a celebrar la insignificancia, como oposición a la solemnidad, tiene como trasfondo el cuestionamiento del sentido de la vida, que quizás el propio Kundera se encuentre analizando en el ocaso de su propia vida. Y para celebrar la insignificancia, claro, hace falta humor, que al autor no le falta.
Como siempre, en el camino Kundera deja grandes relfexiones y diálogos, como la división que traza entre la gente que pide disculpas y la que insulta al chocarse con otra; las reflexiones sobre el significado del ombligo como portador de sensualidad; y la back-story de Kalinin, quien da nombre a Kaliningrado.
Considerando la gran cantidad de series de TV, películas y literatura al respecto, es imposible que una novela negra ambientada en los Estados Unidos no cuente con un fuerte componente de cliché. Esa premisa debe ser aceptada por el lector, que debe abstenerse de grandes pretensiones de originalidad. Si se parte de esa base, el libro es bueno. Si se busca una lectura reveladora, mejor buscar otra opción.
La voz de la detective Mike Hoolihan es muy creíble aunque no exenta de (varios) clichés. Su perfil es el mismo que el de cientos de protagonistas de series de detectives: es la típica policía alcohólica y fumadora, con una vida personal desastrosa pero lo suficientemente apta para sus tareas. Sin embargo, el personaje es muy bien construido.
La pluma de Amis es hábil y el esfuerzo por desmarcarse de un simple best seller es fructífero, aunque por pasajes resulta forzado. La trama en un principio atrapa, a mitad del libro naufraga un poco y el final, en mi opinión, deja mucho que desear. La impresión que me quedó es que Amis intentó transmitir una idea que no logró plasmar completamente.
Lectura de avión.
Poco que decir de Bestiario, y de Cortázar, sin que suene trillado.
Carta a una señorita en París, Lejana, Ómnibus y Cefalea son cuentos perfectos. Relatos breves para disfrutar oración por oración, con esa prosa tan particular que por momentos parece poesía, con guiños y señales a través de los que Cortázar va llevando al lector de la mano para descubrir, a su ritmo, la trama y su desenlace.
De Casa tomada poco hay para decir que no haya sido dicho, es una hermosa puerta de entrada. El resto de los cuentos, lejos de ser malos, simplemente no son perfectos: Las puertas del cielo, Circe y Bestiario son quizás los más lineales, sin dejar de ser geniales.
5 estrellas que deberían ser 6.
PD: Los ‘creadores' de Sense8 deberían pagar derechos de autor a quien corresponda, porque Lejana plantea lo mismo, sólo que un par de años antes -1951-.
Como un vino largo que se instala en el paladar y deja un prolongado sabor en boca que muta y se transforma, los cuentos de Borges dejan una inconfundible marca tras su lectura: se instalan en tu cabeza, se pegotean en tu mente como un chicle tenaz y te acompañan durante un largo tiempo después de su lectura. Son cuentos estimulantes, que traen consigo ideas, conceptos, reflexiones que invitan al pensamiento y a la reflexión.
Si bien me gustó más Ficciones (no hay día que no evoque a Tlön), El Aleph es una cosa impresionante. El inmortal y El Aleph son sin dudas el plato fuerte, pero tengo especial debilidad por La casa de Asterión y Biografía de Tadeo Isidoro Cruz desde que los leí allá por cuarto año del secundario. La grata sorpresa fue El zahir, un cuento que no es de los más renombrados pero que me encantó.
Es muy interesante el ejercicio de volver a la lectura de Borges después de tantos años. La relectura confirma sin dudas la repetida fórmula de que se requiere cierta madurez literaria para disfrutar mejor a Borges, que es tan cierta como que leer a Borges es bueno a cualquier edad y en cualquier circunstancia.
Deliciosa novela cortísima de Aira. La historia de Cecil Taylor es tan sólo un vehículo, un símbolo (que bien podría representar al propio Aira) a través del cual el autor ataca la convención de la autobiografía típica del artista exitoso, que lo exhibe como un ser bendecido con un don que lo catapulta al merecido reconocimiento público.
Aira relata la cruda sucesión de fracasos y humillaciones que Taylor debió afrontar por presentar, una y otra vez, su música de vanguardia rupturista. Taylor, lejos de caer en el desgano o la ira, persiste. Pero el fracaso parece ser aún más persistente.
Y allí se detiene Aira. No nos contará el final feliz, el reconocimiento, el éxito.
Nos dirá, en cambio, que “En realidad el fracaso es infinito, porque es infinitamente divisible, cosa que no sucede con el éxito” .
-Why would you cry, Artie?
-I...I fell and my friends skated away without me
-Friends? Your friends? ... If you lock them together in a room with no food for a week, then you could see what it is, friends!
El diálogo entre padre e hijo que sirve de introducción a Maus advierte al lector sobre lo que se viene.
En un tema abordado de tantas formas y en tanta cantidad de obras como el holocausto es muy difícil ser original, pero Spiegelman lo logra con un talento inédito. El formato cómic, a priori de dudosa pertinencia para un tema tan sensible, es explotado por el autor al máximo: aplica las dosis justas de narrativa y de representación gráfica.
La intercalación del presente en el cual el autor escribe/dibuja y del pasado narrado por su padre es tan buena que la obra termina siendo, sin que el lector se de cuenta, también acerca de la relación de padre e hijo. Como necesariamente debe ser toda narración sobre el holocausto, la obra es cruda pero Spiegelman aplica un excelente criterio sobre qué mostrar y de qué forma hacerlo. Logra transmitir el horror y la tristeza, sin recurrir a lo explícito. En eso, la representación de las personas en animales ayuda bastante.
De lectura imprescindible.
Imposible opinar de una obra tan genial como esta. Solo diré 2 cosas:
* Si bien comprendo la necesidad de promover el acceso de lo jóvenes a Borges, lamento haber leido varios de estos cuentos en el colegio, con una mirada que impedía su disfrute.
* Tlön, Uqbar, Orbis Tertius es im-pre-sio-nan-te.
Con una prosa en apariencia inofensiva, Joyce demuestra maestría a la hora de exponer los sentimientos y pensamientos de sus personajes. La indecisión de Eveline en el cuento que lleva su nombre; la mezcla de sensaciones de Lenehan en Two Gallants mientras hace tiempo por las calles de Dublín; la angustia contenida de Joe en Clay; la frustración de Farrington en Counterparts; la decepción de Little Chandler en A little cloud; la tristeza de Gabriel en The dead. Todas estas sensaciones se te pegan y permanecen, pegajosas, días después de la lectura.
Imaginé todas las historias sucediendo en una misma Dublín, como si el autor decidiese hacer zoom aleatoriamente en distintos puntos de la ciudad y narrar lo que le sucede a sus ciudadanos en tiempo real. Con el pasar de los cuentos Joyce logra crear un contexto, un ambiente en el cual todas las historias se enmarcan: esa Dublin tan particular que cobra vida propia bajo la pluma de Joyce.
Me sorprendió cómo algunos temas y planteos de los cuentos están plenamente vigentes en la actualidad, salvando las distancias propias de la época. Desde algo tan trivial sobre cómo darle instrucciones a un taxi para dejar a un pasajero en camino al destino final como planteos trascendentales como el contraste entre la vida de juerga y la vida familiar; los riesgos diarios que enfrentan los pre-adolescentes en las urbes; el amor enfrentado a las convenciones sociales; la influencia de la religión y la política en la vida diaria; o la identidad nacional.
En varios cuentos hay un desprecio de los personajes por la Dublin que habitan. Hay también una minimización de la importancia y el atractivo de la ciudad, en contraste con la idealizada Londres o la Europa continental. Vivir la vida, para algunos, parece sólo posible fuera de Dublín. Hoy basta con abrir redes sociales y diarios para palpar esto mismo en sociedades como la argentina.
Las lecturas que resisten tan bien el paso de los años son definitivamente buenas lecturas.
A veces la evaluación de una obra está muy influenciada por las expectativas con las que uno aborda su lectura y creo que este es uno de esos casos.
Esperaba ver en Desgracia una historia que expusiera las complejidades de la Sudáfrica del post fin del apartheid y me encontré con que el autor eligió una historia que no parece la más apta para vehiculizar dicha exposición.
La historia del protagonista, el profesor universitario David Lurie, bien podría suceder en cualquier otro país. Y la historia de Lucy, su hija, a través de la cual Coetzee parece querer exhibir la realidad social sudafricana de la época parece un tanto irreal. En cierta forma, los prejuicios del protagonista incluso aparecerían como justificados ante el carácter extremo de la trama.