La factoría de York, que años antes era la única vivienda, era en realidad, en la época que nos ocupa, un pueblo pequeño aún, pero pueblo al fin. Cerca de los muelles, entre los bosques de abedules, abetos y pinos, muchas canoas, de corteza de abedul la mayoría, hablaban de otros tantos propietarios o familias.
Por habérseles ocurrido a los que construyeron los almacenes de la factoría hacer paralelos los edificios, todas los siguientes construcciones siguieron la misma dirección, a uno y a otro lado de la calle, por lo que resultaron tan rectas y tan iguales las edificaciones, que más parecían de juguete que de realidad.
El viento huracanado del Norte lanzaba contra los edificios, con itensidad creciente, copos de nieve, que, helados, sonaban en los cristales del saloon de Mack Tomkins, semidesierto, cual sinfonía desagradable.
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