¿Dónde podemos advertir, hoy en día, la existencia de un sistema humano donde se obligue violentamente, desde muy niños y durante muchos años, a seres humanos a funcionar al modo en que Eichmann lo hacía, es decir, comportándose como un simple engranaje que sea capaz de repetir o de hacer mecánica e inconscientemente lo que le ordenen, desatendiéndose de los resultados últimos y existenciales de tal accionar, y recibiendo perversamente premios y reconocimientos, tal como Eichmann los recibía, por hacer tales cosas? ¿Qué sistema humano logra, hoy en día, que ingresen por una puerta, a los 3 o 4 años de edad, niños llenos de vitalidad, de preguntas y de cuestionamientos existenciales profundísimos y que, luego de 10 o 12 años, esos mismos niños, transformados ahora en adolescentes, salgan por otra puerta con su vitalidad anestesiada, funcionando alienadamente y actuando bajo las formas de respuestas automáticas a exigencias exógenas, habiéndose aniquilado en su interior todos los cuestionamientos existenciales que allí pujaban por encontrar respuesta? En síntesis: ¿En qué sistema entra por una puerta un ser humano creado por Dios, en camino de desarrollo y despliegue existencial, y sale por la otra un robot alienado, anestesiado y existencialmente extraviado? Tal sistema es el actual ídolo de nuestro tiempo: el sistema formal de educación, el cual es una perversa maquinaria que se ocupa de transformar a todos los que allí asisten en émulos de Eichmann, contando con la perversa complicidad de la sociedad, la cultura, la familia, los docentes y los padres quienes, también émulos del partido nazi que premiaba a Eichmann, se ocupan celosamente de premiar a los niños y adolescentes, tanto más cuanto más se adapten a transformarse en ese engranaje ciego y alienado en el cual el sistema los obliga a transformarse.
El error de Arendt fue no advertir que un ser humano puede funcionar, al modo en que Eichmann lo hacía, no por mera banalidad casual sino solo cuando esa banalidad es el resultado de vivir una existencia alienada y anestesiada por su carencia íntima de sentido, debido a la desconexión de una existencia tal respecto del sentido último que toda vida humana ha de poder poseer en tanto es creada por Dios. Esto implica que en todo lo humano, lo banal o superficial no será nunca una mera casualidad o una simple actitud vital indiferente, sino que será siempre el resultado propio y específico de vivir una vida desconectada del fin último de cada existencia personal, evitando buscar las respuestas a las preguntas existencialmente más profundas que existen en el corazón de todo ser humano creado por Dios.
Curiosamente, el sistema educativo formal actual es un sistema intrínsecamente diseñado para transformar a los seres humanos que lo transitan en seres de vida banal en los términos mencionados, existencialmente alienados, porque se los aleja sistemáticamente de la posibilidad de reencontrarse con el camino que conduce hacia el descubrimiento de la esencia de su existencia personal, y del sentido final y último de sus propias vidas. Una educación genuinamente humana debería, en cambio, ayudar a sus participantes a conducirse hacia una vida humanamente consciente centrada en la interioridad de las propias decisiones libres, y no centrada en la respuesta automatizada a forzamientos exógenos de todo tipo. Aun así, nosotros que también estamos alienados y no advertimos esta calamidad, no solo entregamos a nuestros niños a tal sistema, con la parsimoniosa inconsciencia de perfectos émulos de Eichmann, sino que también aplaudimos y premiamos a nuestros niños y adolescentes cuanto más banales y alienados se vuelven a medida que transitan tal sistema. Así las cosas, salvo que tomemos consciencia y logremos torcer este camino, el futuro de la humanidad se muestra gravemente sombrío.
La vida del ser humano es muy particular. Vive una existencia inconsulta y, un determinado día de esa existencia, advierte que él mismo existe, es decir, llega un día en que despierta a la consciencia personal de existir. Una vez llegado ese día, nada volverá a ser igual porque, concomitantemente con la advertencia consciente de la existencia personal, comenzará paulatinamente a advertir la posibilidad concreta de la pérdida de esa misma existencia. Esta brutal y candente condición humana no tiene escapatoria porque, como mencionamos, el hombre vive una existencia prepotente, es decir, es dueño de una existencia a la cual fue introducido de forma enteramente inconsulta y por la fuerza. En gran parte, en eso consiste el ser creado. Esto implica que nadie le consultó al hombre antes de existir si quería existir porque tal cosa hubiera sido, evidentemente, imposible, debido a que hubiera requerido que el hombre ya existiera para que pudiera serle realizada tal consulta, lo cual implica una contradicción. Además, el carácter inconsulto de la existencia humana señala que el hombre no es existencialmente dueño de su propia vida, entendido esto en el sentido de que hubiera podido darse la misma a sí mismo desde un punto de vista metafísico y no meramente biológico. Esto implica que, más allá del camino de la evolución biológica, el carácter de existente de la existencia humana requiere de otro ser voluntario que, por un lado, sea capaz de hacer pasar algo de la nada al ser y, por otro lado, que haya querido hacerlo en cada caso individual. Por ende, ser creado también consiste en que una voluntad haya querido que cada uno de nosotros existiera.
Una existencia con características tales se encontrará, inmediatamente y en forma enteramente natural, al advertir el carácter de existente de esa misma existencia personal, que el mero hecho de existir es seguramente lo más misterioso y preciado para el ser humano que toma consciencia de su mismo existir. El que advierte que existe, además de sorprenderse cuando repara concienzudamente en ello, no quiere dejar de existir nunca. Y, simultáneamente, al advertir el carácter de existente de su propia existencia, comenzará, en ese mismo momento, a advertir la finitud y la contingencia de la misma a través de algo que en este mundo se nos manifiesta también de forma intensa y prepotente: la muerte, es decir, la posibilidad concreta, ante nuestra conciencia, del acabamiento personal de nuestra propia existencia individual, existencia que valoramos y queremos casi por sobre cualquier otra cosa en esta vida terrena.'
La problemática mencionada en la que nos encontramos inmersos todos los seres humanos no es menor y atraviesa de punta a punta nuestra existencia terrenal, a medida que vamos transitando nuestro camino vital por esta tierra. En este sentido, si ponemos en consideración estrategias que sean genuinamente educativas para el ser humano, esas mismas estrategias deben tener como prioritario aquello que es prioritario para la existencia del ser humano mismo, es decir, el carácter de existente de la propia existencia; la consideración de lo que significa existir; la advertencia respecto de dónde surge el valor natural que tiene para nosotros el mismo hecho de existir; y toda la problemática que frente a esto genera el problema de la conciencia de la muerte personal. Evidentemente, si una estrategia genuinamente educativa para el ser humano debe, justamente, ocuparse de enseñarle a ese ser humano a concebir el carácter fundamental de su misma existencia, el carácter de su propia vida, el sentido y significado de la misma y las razones últimas por las cuales la misma no solamente es sino cómo es, una educación genuina, entonces y como mencionamos, debe tener como prioritario todos estos elementos que son fundamentales para la vida de cualquier ser humano. Esto implica que educar es, primordialmente y, ante todo, ayudar al ser humano a vérselas con la realidad de su propia existencia y con las brutales tensiones que la misma contiene. Ser creado en forma inconsulta, adorar la existencia y vivir para la muerte.
Educar genuinamente implicará, por ende, ponerse al servicio del hombre para enseñarle a advertir su propia naturaleza humana y ayudarlo a tomar la misma en sus propias manos para conducirla a su destino propio, con las dificultades propias de una existencia prepotente, amada, desconocida respecto de sí misma, inconsulta y camino a la muerte. Todo lo demás será siempre secundario. Si el ser humano, para ser un ser humano pleno y cabal, no solamente tiene que advertir el carácter existencial de su propia existencia y aprender a vérselas con la misma, sino también aprender a descubrir quién es él mismo individualmente considerado, para poder desplegarlo en el mundo, porque ha sido creado por una voluntad heterónoma que le dio una esencia individual específica, podemos decir que todo aquello que se considere educativo desde un punto de vista genuinamente humano no podrá, si no, tener estas cuestiones como altamente prioritarias.
No es difícil advertir que la educación formal actual trata respecto de una grandísima cantidad de temas entre los cuales difícilmente encontremos algunos de los temas prioritarios mencionados. Esto implica que la educación formal actual es próspera en tratar temas completamente irrelevantes para el ser humano. El sistema educativo formal, que de genuinamente educativo no tiene casi absolutamente nada, sino que se trata de un mero sistema de adiestramiento pautado de seres humanos para que, a través de tal adiestramiento, se transformen, cada vez, menos en seres humanos y cada vez más en máquinas y autómatas, deja sistemáticamente de lado las cuestiones primordiales y fundamentales de la existencia recientemente mencionadas. Al hacer esto, condena al hombre al sinsentido existencial y a la alienación de la propia vida personal e individual, y a la mencionada banalidad, como ya hemos mencionado.
Al manifestar tales estrategias, es decir, al consolidar, la actual educación formal, caminos que se encuentran muy alejados de ayudarle al ser humano a lidiar con su modo particular de existir y con el descubrimiento de las potencialidades y dones personales, tal sistema de educación obvia y deniega el acceso al descubrimiento de la fuente de valor más genuina del ser humano, la cual es su esencia individual creada. Al hacer eso, lo condena a participar de situaciones laborales y de otro tipo donde no tiene, usualmente, mucho valor para ofrecer, motivo por el cual lo condenará a una pobreza material mucho más significativa que la riqueza material que surgiría del descubrimiento de los dones personales, y del despliegue laboral de los mismos, realizado a través de un proyecto laboral existencial fundado en el carácter valioso y específico de la esencia individual desplegada bajo la forma de productos y servicios de altísima calidad que ayuden a disminuir la escasez y la pobreza del mundo.
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