Nunca quise leer en voz alta un libro , ni publicarlo en mil historias en redes sociales o dárselo a todos mis conocidos, pero este libro definitivamente ha generado en mí el deseo de que todo el mundo lo lea, como si de una buena canción se tratase. Las ilustraciones sencillas pero maravillosas, el libro es un abrazo, una palmadita en la espalda, un empujón cuando se aprende a montar bici.
Es un acto de valentía escribir sobre algo que no se acaba de entender nunca...
Amé la forma en la que compara el poco tacto que las personas muestran al ver que alguien tiene una enfermedad “invisible” , pero en cambio la compasión que le dan a una enfermedad angustiantemente evidente como un cáncer.
“Muertes chiquitas” que forma tan bella (sin querer ofender) de llamarle al insondable vacío, a la basta tristeza.
Me sentí atrapada en la lectura,en el mal sentido . Solo quería terminarlo porque se había vuelto tedioso leerlo.
No creo volver a leerlo , pero en su momento viví la fantasía de tener una playa en Bogotá, de ser un gato con una dueña hermosa. Me lo imaginé de principio a fin y eso es ¡poderosísimo! Adoro los recuerdos de una juventud caótica que me evoca.
No pude evitar imaginar lo que sería ver lo escrito en el escenario de algún teatro. Contradictorio,sagaz,divertido.