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“Todo imperio crece hasta que las cosas empiezan a escapar a su control. Empezamos peleándonos por ver quién se quedaba las mejores ramas de los árboles. Luego, bajamos de ellos y luchamos por hacernos con el control de una buena extensión de terreno llena de árboles. Después, alguien empezó a montar a caballo y los imperios se extendieron a lo largo de cientos y miles de kilómetros. Gracias a los barcos cruzamos los océanos. Gracias al motor Epstein, llegamos a los planetas exteriores...”
Luego del Incidente Eros le toca a Ganímedes irse a la mierda. Un monstruo protomolecular kamikaze salido de quién sabe dónde ataca a los soldados de la Tierra y Marte en una de las lunas más importantes de los planetas exteriores. En Venus la protomolécula sigue dando señales de no querer morir de insolación. La tensión política se incrementa mientras los gobiernos luchan por ver quién la tiene más grande.
Tal vez a muchos les haya pasado esto al revés. Para mí ha estado cerca pero no superó la primera parte, tal vez debido a la frescura inicial, esa grata bienvenida a un nuevo universo. Se sintió casi un poco de lo mismo con algunas cosas nuevas aquí y allá, con una protomolécula que va aprendiendo y evolucionando cual IA. El desarrollo sigue siendo ridículamente bueno, tal vez de lo mejor que he podido leer en space opera junto con La Vieja Guardia de Scalzi. Si en El despertar del leviatán me irritaba Holden, ahora ese exasperante lugar se lo ganó Prax. Me gustó lo de Bobbie aunque en esta segunda parte el Oscar va para la abuelita más poderosa del sistema solar: Avasarala. Por favor, que alguien me diga si ya puedo comenzar con la primera temporada de la serie.
¿Se habría quedado todo esto en un libro si Miller hubiera apuntado al Sol? Tal vez. Felizmente, no.